Intervención del presidente del Gobierno en el Colegio de México

1.2.2019

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Ciudad de México

Presidenta del Colegio de México, autoridades, miembros del Gobierno de México, señoras y señores, amigos y amigas:

En 1939, con el final de la Guerra Civil, España expulsó a casi medio millón de personas, personas con nombres y apellidos, con vidas corrientes, con una casa, con una calle en la que despertaban cada día y de la que tuvieron que marcharse. Algunos de ellos lo hicieron para siempre.

No se me ocurre una condena más terrible para un ser humano que la de abandonar a la fuerza a tu gente, a tus amigos, a tu familia. Abandonar el paisaje en el que has crecido. Abandonar tu profesión, tus objetos, tus costumbres. Abandonar, en muchos casos, tu propia lengua. Toda tu identidad. Por eso, la deuda de España con México no puede ser pagada, porque en ese trance terrible que fue el exilio, recibió con los brazos abiertos a decenas de miles de españoles que huían de su país. México preguntó entonces: "¿Necesitas una patria? Yo te la ofrezco".

Luis Buñuel, el gran cineasta español, no sentía en su juventud ningún interés por Latinoamérica. Cuando acabó la Guerra Civil, de hecho, cuando tuvo que exiliarse, decidió irse a Estados Unidos. Estaba viviendo allí, a la espera del permiso de residencia definitivo, cuando le invitaron a México para hacer una película. Y entonces vino, y se enamoró inmediatamente del país. Abandonó la idea de vivir en Los Ángeles y se instaló definitivamente en la Ciudad de México. Pasó en este país casi veinte años de su vida y llegó a considerarse a sí mismo mexicano. Murió aquí.

En sus memorias dice, y cito textualmente: "México es un verdadero país, en el que los habitantes se hallan animados de un impulso, de un deseo de aprender y de avanzar que raramente se encuentra en otras partes. Se añaden a ello una extrema amabilidad, un sentido de la amistad y de la hospitalidad que han hecho de México, desde la guerra de España hasta el golpe de Estado de Pinochet en Chile una tierra de asilo seguro".

Aún hoy, en estos tiempos de migraciones turbulentas que vivimos, México sigue siendo esa tierra de acogida de la que es posible enamorarse. Una tierra que, incluso cuando se llega a ella huyendo de una persecución o de la miseria, resulta consoladora. No va a haber ningún muro que cambie eso.

El exilio español en México tiene una luz deslumbrante porque algunos de nuestros mejores poetas, creadores e intelectuales se establecieron aquí, pero el exilio trajo a estas tierras también --y sobre todo y ante todo-- a asalariados del campo, a asalariados de la industria, a amas de casa, a pequeños propietarios, a científicos, a gentes de profesiones liberales, a profesores, a maestros, a médicos de distintas ideologías. No contaminemos al exilio de romanticismo ni de épica. El exilio es una experiencia traumática. Es terrible siempre. Aunque gracias a él, a veces, se hayan creado algunos de los versos más hermosos.

El gran éxodo republicano de 1939, el último de los grandes exilios de la historia de España cumple este año, en 2019, 80 años. Entre 1936 y 1939 España vivió uno de los periodos más cruentos de su historia. La Guerra Civil puso a prueba al orden internacional y mostró las debilidades de la Sociedad de Naciones. Queremos un mundo en el que eso no pueda pasar. Un mundo en el que las Naciones Unidas y el multilateralismo -que está ahora mismo puesto en cuestión-- tengan la fuerza de imponer la prudencia y de frenar cualquier instinto bélico. Por eso, a nosotros nos gusta la Unión Europea, uno de los proyectos políticos más ambiciosos y más benéficos de nuestro tiempo.

En aquella época, aquello, desgraciadamente, no fue posible. Mientras el pueblo defendía sin apenas recursos la democracia española, fueron pocos los países que mostraron su solidaridad con la República española; entre ellos, destaca de forma sobresaliente México, que alzó su voz en el ámbito internacional para pedir apoyos hacia el Gobierno republicano del entonces presidente Manuel Azaña. La solidaridad mexicana de aquellos tiempos de guerra es admirable. Brindó apoyo y suministros y realizó gestiones diplomáticas para habilitar cauces de compra cerrados para los españoles. Se sumó a las Brigadas Internacionales para luchar en una tierra que les era ajena con el objetivo de derrotar al fascismo. Y acogió a los llamados "Niños de Morelia", que huían de un conflicto traumático en el que la población civil se había visto más afectada que en ninguna otra guerra anterior. Por un lado, crueldad, barbarie y sinrazón; pero, por otro, generosidad y acogida.

Empezar de cero en un país nuevo nunca es fácil. Los españoles que llegaron aquí, desprovistos de casi todo, se agruparon en ciertos barrios del centro. Hoy hay una calle que se llama Vía del Exilio Español, la que entonces se llamaba calle de López, perpendicular a la Alameda Central; y en esa calle, las familias se organizaban para salir adelante, para sobrevivir. Muchas veces las mujeres -esas mujeres valientes del exilio- fueron las primeras en obtener ingresos para reconstruir los hogares perdidos, para mantener la moral alta, para transmitir la memoria y para sostener viva la esperanza del regreso.

En Ciudad de México quedan muchos rastros de aquellos tiempos, algunos bares del centro se convirtieron en tertulias políticas de españoles en las que se debatía sobre la guerra y se maldecía la suerte de Franco. En ellas convivían españoles de todo tipo: artistas, escritores, militares, militantes y obreros manuales. Todos unidos por la causa de la libertad. El Gobierno de Lázaro Cárdenas hizo posible además una idea luminosa: crear en México un centro para permitir que un buen número de profesores universitarios y de intelectuales españoles pudieran proseguir su tarea durante la tormenta de la Guerra Civil. Así se fundó, en 1938, La Casa de España, que fue el germen de este Colegio de México que hoy nos acoge. La dirigió hasta su muerte el gran ensayista mexicano, Alfonso Reyes, y recibió a figuras de la talla de Luis Recasens, de León Felipe, de José Moreno Villa, de José Gaos, de Enrique Díez-Canedo, entre otros muchos. México fue una patria, sí. Una patria verdadera.

Luis Cernuda, otro de los grandes poetas de la Generación del 27 que tuvo que abandonar, también, España, llegó aquí después de haber pasado varios años en Gran Bretaña. Y escribió sobre sí mismo lo siguiente, y cito textualmente: "El sentimiento de ser un extraño que durante tiempo atrás te perseguía por los lugares donde viviste, aquí, en México callaba, al fin dormido. Estabas en tu sitio, o en un sitio que podía ser tuyo; con todo o con casi todo concordabas, y las cosas, el aire, la luz, el paisaje, las criaturas, te eran amigas. Igual que si una losa te hubieras quitado de encima, vivías como un resucitado".

México permitió a miles de españoles resucitar, rehacer su vida en un paisaje y con unas gentes que les eran amigas, como decía Cernuda. Esta deuda no puede pagarse. O puede pagarse, sólo, con algo que se llama: gratitud. El fruto cultural del exilio republicano en este país resulta prodigioso. Aparte de este Colegio de México, es preciso recordar el Ateneo Español, que celebra en 2019 sus 70 años de existencia. En él perduran un archivo y una biblioteca extraordinarios. Y en él se impartieron conferencias y se organizaron tertulias y exposiciones, que fueron fundamentales para acercar la cultura democrática española a la sociedad mexicana. Los exiliados fundaron editoriales propias y colaboraron intensamente en otras mexicanas, como en el Fondo de Cultura Económica, donde sus traducciones son todavía imprescindibles. Aquellos libros, que entraban clandestinamente en España, contribuyeron a alimentar la conciencia de los españoles del interior, porque los exiliados españoles no dejaron ni un momento de mirar hacia lo que ocurría en el interior de España. Tenían dos patrias: la de aquí y la de allí; la nueva y la que habían perdido. Enviaron dinero para apoyar a los presos políticos y denunciaron los asesinatos y las persecuciones de la dictadura.

Luis Buñuel, María Zambrano, Max Aub, León Felipe, Luis Cernuda o Manuel Altolaguirre fueron algunos de los exiliados españoles ilustres que eligieron México para vivir esa segunda vida. Algunos, como Buñuel o Cernuda, murieron aquí, y aquí permanecen ya para siempre. Pero, lo vuelvo a decir: no arrojemos ningún romanticismo sobre el exilio. Es siempre un trance terrible. Miremos hoy hacia los exiliados actuales de tantos países que viven vidas truncadas, hacia los migrantes que huyen de la miseria, de la persecución o de la violencia. Y recordemos que eso fue, en algún momento, lo que les pasó a los españoles en 1939.

Estos días, ha vuelto a estar en la primera línea de la atención pública la situación en Venezuela con múltiples argumentos, pero hay un argumento que no admite réplica, y es el del exilio. Ningún gobernante es virtuoso y ningún gobernante tiene legitimidad si sus ciudadanos se ven obligados a marcharse de su país. Dan igual las razones doctrinales que tenga, dan igual los intereses que estén en juego, la inmigración forzada o el exilio son inaceptables, y no son sostenibles.

Porque la democracia -recordémoslo siempre- no es únicamente un sistema electoral, que también. La democracia es el sistema que respeta a las minorías y que permite a sus ciudadanos establecer un proyecto de vida autónomo y libre. A todos sus ciudadanos y ciudadanas. Si esos ciudadanos tienen que marcharse a otra parte en busca de un plato de comida o de libertad, como lleva años pasando en Venezuela, la democracia se revienta.

En 1939 fue España. En 2019 hay focos de exilio, desgraciadamente, por todo el planeta: sirios que huyen de la guerra, africanos que huyen del hambre, venezolanos que huyen de un régimen que les es hostil, centroamericanos que huyen de todo eso a la vez. Son personas, seres humanos que abandonaron su casa, que dejaron atrás a veces a quienes amaban, a sus familias, a sus hijos; que arriesgaron su vida, que no saben si volverán a tocar con los dedos la tierra en la que nacieron. Son personas, y no actores de un juego de geoestrategia. Son seres humanos, y no tienen código de barras, no son intercambiables.

Yo soy político y creo en la política. Pero sólo si es capaz de mirarlo todo en todas sus dimensiones humanas, si trata de mejorar la vida de la gente, si se acuerda cada día de que muchas personas están en ese momento abandonando a la fuerza su pequeña patria para irse a otra parte.

El Gobierno que presido quiere recuperar la memoria del exilio republicano para España. Durante décadas, un puñado de investigadores e investigadoras se ha dedicado a mostrar el legado de aquellos hombres y mujeres, y ha llegado el momento de que sea el Estado el que rinda homenaje al exilio y haga todo lo posible para darlo a conocer entre los españoles de hoy y, en particular, a la gente joven de nuestro país.

Soy consciente de que llegamos tarde. La mayoría de aquellos compatriotas ya no está entre nosotros, pero su trabajo, su ejemplo y sus obras permanecen, y son una huella imborrable. Ha llegado el momento de pedirles perdón, de reconocer su sacrificio y de devolverles su lugar en la historia de España.

Hoy, en todo el mundo hay nostálgicos de los tiempos terribles, de los nacionalismos excluyentes, de la incomunicación y de la intolerancia; también en España ha vuelto a haber nostálgicos del franquismo. Apuestan por recortar los derechos de las mujeres o de los que piensan distinto a ellos. Apuestan por cerrar España, para que nadie pueda encontrar en España su segunda oportunidad vital. Apuestan, en definitiva, por reivindicar lo peor de nuestra historia.

Hoy, al recordar a aquellos españoles y españolas que vinieron desde su patria a esta patria, al revivir el horror colectivo que los españoles protagonizamos como país, reivindico nuestra memoria democrática para avanzar y no para dar pasos atrás. Reivindico la necesidad imperiosa de recordar, de que recordemos siempre. En las escuelas, en la acción política, en la sociedad civil, sin ningún rencor, porque el rencor ensucia cualquier pensamiento. Pero también sin ningún titubeo.

Debemos recordar porque aquellos que sufrieron el exilio merecen, merecéis, ese acto de justicia; pero debemos recordar, sobre todo, porque queremos que eso no vuelva a producirse nunca. En ningún lugar, en ningún país. Nunca.

Quiero acabar con una imagen simbólica que a mí me emociona mucho y que resume la deuda que la España democrática tiene con México, y es la siguiente anécdota: Manuel Azaña, el presidente legítimo de la República española, sabéis que se exilió en Francia, y en el verano de 1940, enfermo y perseguido por las fuerzas alemanas que habían ocupado ya buena parte del territorio francés, fue trasladado en ambulancia a Montauban. Allí fue a visitarle el ministro plenipotenciario de México, Luis Ignacio Rodríguez Taboada, quien se convirtió, en aquellos últimos meses de vida del presidente de la República Española, Azaña, en su amigo y en su protector. Cuando Azaña murió, en noviembre de ese año, las autoridades de Petain prohibieron que se colocara sobre su féretro la bandera republicana para no irritar a Franco y, tampoco, a los nazis. Rodríguez Taboada le dijo entonces al prefecto francés unas palabras que la historia no va a olvidar nunca, y con las cuales quiero terminar esta intervención, les dijo lo siguiente: "Lo cubrirá la bandera de México. Para nosotros será un privilegio. Para los republicanos, una esperanza. Y para ustedes una dolorosa lección".

Gracias.

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