Discurso del presidente del Gobierno en el acto de imposición de la Medalla de la Orden al Mérito Constitucional a los miembros de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios en el 23 de febrero de 1981

22.2.2011

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Madrid

Autoridades, queridas amigas y amigos,

Al imponerles esta Medalla de la Orden al Mérito Constitucional, mis palabras como Presidente del Gobierno, como español y como demócrata tienen que ser de felicitación y de gratitud: de felicitación por esta distinción relativamente joven de nuestra democracia, ya que fue establecida en 1988, en el entorno del décimo aniversario de nuestra Constitución, con el propósito de premiar actividades al servicio de la misma y de los valores y principios en ella establecidos; y de gratitud por las razones sobradas que tenemos para concedérsela, como hemos hecho en el último Consejo de Ministros.

Palabras de felicitación y gratitud, pero también de recuerdo y, acaso, de disculpa. Recuerdo expreso y sentido de las diez personas a quienes, cuando se ha decidido esta concesión, hemos tenido que otorgársela a título póstumo. Por ello, de disculpa, de disculpa colectiva, ya que quizá este reconocimiento deberíamos habérselo hecho a todos ustedes mucho antes: hace diez, veinte o incluso veintidós años, en el momento de constituirse la Orden.

Sí, deberíamos tener, a veces, menos pudor como país a reconocer y a ensalzar a quienes han prestado en favor de todos grandes servicios cívicos. En esta ocasión, al menos, hoy y, sobre todo, mañana, en el acto central de recuerdo del 23-F que se celebrará donde por encima de todo procede, en la sede de la soberanía popular, contenemos este pudor para honrar como se merecen a nuestros "héroes de la transición", si me permiten acudir a esta figura que con tanta naturalidad se ha utilizado para referirse a los "héroes de guerra" en los que las naciones suelen personalizar los valores con los que quieren identificarse.

Y es que nuestros "héroes de la Transición" son nuestros héroes cívicos. Están aquí y hay muchos que no están aquí. Actores de la democracia y de la paz que hemos disfrutado, por vez primera en nuestra historia durante tres décadas ininterrumpidas y plenamente abiertas al futuro.

Por lo que se refiere a las personas que homenajeamos esta tarde, pocas dudas puede haber de que, atendiendo a los términos habituales en estas concesiones, concurren en ellas los méritos y circunstancias que justifican la distinción: formaron parte, formasteis parte, de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios que, en el día 23 de febrero de 1981, asumió la función de Gobierno suplente, cuando el Presidente del Gobierno saliente y el aspirante a serlo, los titulares de cada uno de los Ministerios y todos los diputados de la nación habían sido secuestrados por quienes pretendían dar un golpe de Estado.

Recordamos en estos días, a tres décadas de distancia, aquellas horas interminables, ralentizadas por la tensión, por la inquietud y, en no pocos momentos, por la tristeza; aquellas horas cuya memoria nos acompañará, viva para siempre, a varias generaciones de españoles.

Con el paso de los años, el trabajo necesario de los periodistas y los historiadores, unido a los testimonios de sus protagonistas, nos va permitiendo conocer con mayor amplitud y detalle aquel episodio, y reconstruir el complejo relato de lo que fue y lo que pasó aquel 23 de febrero.

Por lo que respecta a la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios, resultará curioso conocer, por ejemplo, de quien partió la iniciativa, lo que contribuye a hacer justicia a quienes en aquellos momentos, cada uno desde su responsabilidad, procuraban salvar sin dudarlo el orden constitucional y las instituciones democráticas.

Si fue Su Majestad El Rey, quien en cualquier caso la autorizó y comprendió su valor; o el general Fernández Campo, que desde luego abogó por ella y con la que estuvo en contacto de forma permanente; o si fue, como se nos está revelando en estos días, una idea de don José Terceiro, subsecretario de Presidencia, que se la propuso a don Luis Sánchez-Harguindey, subsecretario de Interior, y éste a su vez a don Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado, lo más importante, con todo, es que aquel grupo de servidores públicos, del que por cierto también formaba parte algún militar ilustre como el almirante Ángel Liberal Lucini, entonces subsecretario de Política de Defensa, encarnó, simbólica y funcionalmente, la referencia del poder civil en medio de un escenario de confusión y de miedo producido por el asalto al Congreso y las otras operaciones ejecutadas por los rebeldes, como la ocupación de Valencia.

La Comisión que ustedes integraron se erigió, durante catorce, dieciséis o las horas que exactamente fuesen, en bastión y señal del Estado democrático que los ciudadanos de este país nos habíamos dado con nuestra Constitución y también con nuestras instituciones.

Aquel 23 de febrero de 1981 dejamos atrás, definitivamente, los tiempos en que personas de uniforme, abrazando una u otra causa, o como corporación, decidían el rumbo de la historia de España, contraviniendo el principio esencial de que la fuerza no es el poder que decide, sino un instrumento al servicio de la sociedad democrática en su conjunto y que, por tanto, ha de estar bajo el mando del poder democrático legítimo.

Y abrimos la puerta, también para siempre, a esta otra época en la que nuestros militares son, por su actividad y por sus méritos, una de las corporaciones más prestigiosas, respetadas y admiradas por la ciudadanía.

La última irrupción del golpismo en nuestras instituciones será recordada por un grito, "quieto todo el mundo", que, pistola en mano de quien lo profirió, deja para la historia uno de los alegatos más radicalmente antidemocráticos que quepa imaginar, porque en democracia, por definición, nadie está o se queda quieto, nadie, por la mera imposición de nadie. Por eso, nadie se quedó quieto en España aquellos días y, por eso, apenas unas horas más tarde, se produjo ese nuevo refrendo abrumador de la Constitución, esa bocanada colectiva de aire cívico, de libertad proclamada y compartida por los ciudadanos, con su marcha, masiva y de la mano, todos juntos por las calles de nuestro país.

Pero para que aquello fuera posible, como lo fue, sin más violencia que la que iba implícita en el secuestro de los diputados, hizo falta no sólo la intervención decisiva del Jefe del Estado, del Rey Juan Carlos, sino también la de tantos servidores públicos, miembros de las Fuerzas Armadas, de los cuerpos de seguridad o funcionarios, que mantuvieron durante aquellas horas la dignidad y el funcionamiento mismo del Estado democrático.

Eso es lo que, destacadamente, representaron las personas que integraban la Comisión de Subsecretarios en ese momento decisivo: la continuidad de nuestro Estado democrático. Sí, eso hizo la Comisión de Subsecretarios, la que, en tiempos de normalidad, como es sabido, que son ya por fortuna todos, encarna la alta burocracia del país y que se vio aquel día en la tesitura de servirlo desde la primerísima línea de la responsabilidad política. Y estuvo a la altura. ¡Vaya si estuvisteis a la altura!

Tiene, pues, pleno sentido este homenaje que hoy, por fin, públicamente, de manera austera, como corresponde a la democracia, les tributamos a ellos y, con ellos, a todos los demás servidores públicos que supieron, más que nunca, comportarse como tales y cuando más los necesitábamos.

Muchas gracias a todos.