Intervención del presidente del Gobierno en el homenaje a Salvador de Allende en el Instituto Cervantes

21.9.2022

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Nueva York

INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO, PEDRO SÁNCHEZ

Muchas gracias, Ariel. Querida Isabel, querido Presidente, querido Gabriel, queridos amigos y amigas:

Me gustaría empezar este acto con un recuerdo entrañable que deseo compartir contigo, Isabel, y también con todas y todos los presentes.

Ocurrió durante la visita al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos que hicimos el 28 de agosto de 2018 en Santiago. Chile era la primera parada de mi primera gira como presidente del gobierno de España en Latinoamérica.

Entre el público allí congregado se encontraba una mujer que insistía en saludarme. Su nombre era Dolores Rodríguez. Dolores era una española de nacimiento y chilena de corazón y adopción. Con dos años de edad había cruzado el Atlántico en brazos de su padre, Pedro Rodríguez, y lo hacía huyendo de la dictadura de Franco y de una Europa que se asomaba a la Segunda Guerra Mundial.

Pedro y su hija Dolores eran dos de los 2.200 exiliados y exiliadas que, a bordo del Winnipeg, un buque fletado por Pablo Neruda, habían llegado a Valparaíso el 3 de septiembre de 1939 desde la Francia que pronto sería ocupada por el nazismo.

Permanecer allí hubiera significado para esa gente la casi segura deportación a los campos de exterminio nazis.

Guardo en la memoria ese abrazo. Lo guardo porque fue uno de los primeros momentos más entrañables como presidente del gobierno de mi país, y también para el socialismo español y para el periodismo. Fue uno de los momentos más hermosos que he vivido como presidente del gobierno. Más tarde volveré sobre este episodio y la vinculación con un hombre, cuya voz resonó en este edificio de Naciones Unidas hace justo 50 años.

En todo caso es imposible no asociar la palabra de Salvador Allende al mensaje del 11 de septiembre de 1973 desde un Palacio de la Moneda asediado y en el que yo y otros muchos de mi generación escuchamos una y otra vez en los vinilos que tenían nuestros padres. No es fácil escapar a la atracción de una alocución cargada de dramatismo, pero también de esperanza ante la profética certeza de que mucho más temprano que tarde, diría Allende, "se abrirían las grandes alamedas por donde caminaría el hombre libre para construir una sociedad mejor".

Y, sin embargo, su voz es fuente de inspiración en muchos otros discursos en su larga trayectoria política y que permanecen, injustamente, a la sombra de aquel monumental grito desafiante con el que la libertad y la democracia plantaban cara a la tiranía con la voz serena de Salvador Allende.

Uno de esos discursos es el que hoy, querido presidente, estamos conmemorando - en esta que es vuestra casa también, el Instituto Cervantes, y por cierto, gracias, director, por la hospitalidad- y que fue pronunciado el 4 de diciembre de 1972, como recordaba Isabel.

Decía: "Vengo de Chile" -palabras que también ayer recogía el presidente Boric en su locución ante la Asamblea General de Naciones Unidas, por cierto, un gran discurso, yo estaba allí, escuchándote también-. "Vengo -decía Salvador Allende- de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida". Este es un arranque memorable, que parece interpelar al Chile que hoy, querido presidente, estáis construyendo con tanta pasión y tanto empeño.

Nuestro mundo es distinto de aquel que describe el texto de Allende. Pero no tanto como pueda parecer, como bien lo recordaba antes Isabel. Aquel año, por ejemplo, se celebró la Cumbre de la Tierra de Estocolmo, el primer aldabonazo a la conciencia global sobre una amenaza, entonces incipiente, probablemente abstracta para nuestros conciudadanos, y hoy dramáticamente existencial como es el cambio climático. Y empezaba una década en la que el mundo se iba a enfrentar a tensiones sociales y económicas provocadas por guerras y crisis energéticas con enorme impacto en los precios. Creo que nos suena familiar.

Hoy, como líderes progresistas, debemos encabezar la marcha hacia el futuro sobre la base de los principios de igualdad, libertad y justicia social.

Porque, además, se da la circunstancia, tal vez el paralelismo, como decía antes Ariel, de que el actual contexto de transformación en tantos terrenos -la revolución tecnológica, la transición energética, la digitalización- coincide con una ofensiva de movimientos reaccionarios a escala mundial que viven de alimentar el miedo y la incertidumbre entre nuestras sociedades.

Decía Allende en su discurso: "El nuestro es un combate permanente por la instauración de las libertades sociales, de la democracia económica -qué importante es este término y qué vigente está- mediante el pleno ejercicio de las libertades políticas".

Hoy, queridos amigos y amigas, nuestra meta colectiva parte del mismo ideal: proteger el derecho de los más débiles contra el abuso de los fuertes. Repartir las cargas y asegurar que quienes más tienen y se beneficien de esta coyuntura se comprometan y contribuyan en la medida en que les corresponde. Es, como bien decía Salvador Allende, un asunto de soberanía. Y un asunto, ciertamente, de supervivencia.

Cincuenta años después, esta premisa es aún más necesaria que nunca.

Nada es más corrosivo para la democracia y la convivencia de las sociedades que la sospecha de que la ciudadanía, cuando es llamada a las urnas, vota a quien gobierna, pero no a quien manda; a quien, en la sombra, controla los resortes del poder.

Señalar esta amenaza no nos convierte en peligrosos extremistas; nos refuerza, de hecho, en nuestras convicciones democráticas. No es la izquierda, el progresismo, la que pierde con la desafección cuando se constata que determinados poderes están por encima del bien y del mal: es la democracia en su conjunto la que se empobrece. Ojalá la derecha llegue a entenderlo algún día.

Los conflictos entre las macro estructuras económicas y los estados y los pueblos siguen siendo, como hace medio siglo, un factor de distorsión evidente. Lo aprendimos durante la pandemia y lo sufrimos ahora con la crisis energética. Organizaciones globales ajenas a todo control, siguen condicionando debates y marcando el devenir de mercados que funcionan de forma ineficiente. Lo estamos viendo en el mercado energético. También aquí creo que la agenda progresista debe mostrar determinación, en un tiempo en que, como ha quedado demostrado, la gente vuelve la mirada hacia el estado para contener tanta incertidumbre.

Hoy el mundo se enfrenta a las consecuencias de una guerra ilegal -gracias, presidente Boric por las palabras que ayer dijiste en la Tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas-. Una guerra ilegal, una guerra de un autócrata contra un país que aspira a ser soberano y libre de decidir su futuro, y que subvierte el orden mundial y socava principios esenciales para la convivencia pacífica. En este contexto, la crisis energética, el alza de los precios o la crisis alimentaria de la que estamos hablando a lo largo de esta semana en la Asamblea de las Naciones Unidas, son derivadas del conflicto amenazan a la mayoría social. Proteger a esa mayoría formada por la clase media y trabajadora que se levanta todos los días para sacar delante a sus familias es un mandato irrenunciable para las fuerzas progresistas, tanto como lo era en tiempos de Allende.

Aquel presidente luchó para que Chile pudiese beneficiarse de sus propios recursos naturales.

Nuestro desafío es garantizar que todos los países puedan crecer y prosperar desde esa misma soberanía, y hacerlo a la vez sobre un modelo económico que tiene que ser climáticamente sostenible.

La transición ecológica debe ser justa.

Nuestras sociedades deben percibirla como una gran oportunidad, como un gran motor de crecimiento económico inclusivo, no como una amenaza. Y, para ello, hay que apostar por medidas centradas en las personas, que resuelvan la transición laboral y las consecuencias sociales que conlleva cambiar un sistema de arriba a abajo, como es el que estamos proponiendo especialmente, las fuerzas progresistas.

Ningún país puede enfrentarse a este reto que podría calificar como colosal por sí solo. La acción climática sólo será eficaz si gobierno, empresas y ciudadanía alinean sus esfuerzos de forma coordinada y honesta. Corresponde a las grandes multinacionales liderar desde el ejemplo, como están haciendo ya algunas abriendo camino desde el compromiso con la sociedad.

Vivimos, queridos amigos y amigas, un momento de aceleración histórica, que exige determinación y audacia en todos los ámbitos. Pero más que en ningún otro, en la lucha contra los efectos cada vez más visibles de la acción del hombre sobre el planeta. En ese desafío, creo que los gobiernos progresistas deben liderar los avances contra la tentación conservadora de mantener un statu quo para el que ningún cambio es aceptable pero que es vital.

Al principio de mi intervención les contaba la historia de Dolores que, con dos años de vida, desembarcó del Winnipeg en Valparaíso un 3 de septiembre de 1939 en brazos de su padre. En el muelle, junto a la comitiva de bienvenida, querida Isabel, se encontraba un joven ministro de sanidad del gobierno chileno, encargado de coordinar la administración de vacunas a aquella muchedumbre hambrienta y enferma de españoles que llegaba con toda la esperanza a vuestra nación .

Aquel joven ministro, médico de profesión, se llamaba Salvador Allende.

Gracias.

(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)