Intervención del presidente del Gobierno en el acto 'Memoria es Democracia. Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la guerra y la dictadura'

31.10.2022

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Madrid

INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO EN EL ACTO 'MEMORIA ES DEMOCRACIA. DÍA DE RECUERDO Y HOMENAJE A TODAS LAS VÍCTIMAS DEL GOLPE MILITAR, LA GUERRA Y LA DICTADURA'

Muchas gracias, Marta.

Presidenta del Congreso, vicepresidentas, ministros, ministras, amigos, amigas. En fin, es un momento muy importante también para mí desde el punto de vista personal y agradezco de corazón las palabras de los homenajeados y homenajeadas. Mirad, si me permitís que os tutee, uno de los recuerdos más emotivos que tengo como presidente del Gobierno fue la anécdota que os voy a contar a continuación.

Muchos lo sabéis: hay un pequeño cementerio de la ciudad francesa de Montauban, no lejos de Toulouse, donde descansan los restos de un jefe de Estado español: Manuel Azaña Díaz, presidente de la Segunda República.

Hace año y medio, aprovechando la celebración de una cumbre hispano-francesa, quise rendir junto con algunas de las personas que estáis hoy conmigo, un sencillo homenaje a su memoria. Lo hice además junto con el presidente de la República Francesa, donde depositamos con honores de Estado en la lápida de Manuel Azaña una corona de flores con dos cintas con los colores de las banderas de España y, también, de la bandera francesa.

A pocos metros de la tumba de Azaña, muchos de vosotros lo conocéis bien, cubierta bajo un manto negruzco de musgo, desgraciadamente con olvido y abandono, hay una sepultura en la que también se adivina un nombre y una fecha: es el de Felipe Gómez-Pallete, 13 de octubre de 1940.

Es uno más entre los miles de nombres y apellidos españoles que pueblan los cementerios del sur de Francia. Historias muchas de ellas anónimas, como decía antes el ministro, perdidas en lo que Javier Marías llamaba la negra espalda del tiempo, que es el olvido.

En fin, la figura de Manuel Azaña traspasa hoy fronteras ideológicas para reconocerle por lo que fue: un gran español. Un gran demócrata que lloró de rabia y también de impotencia, de frustración, cuando supo del cobarde asesinato de Melquiades Álvarez; un ejemplar servidor público, víctima del odio y la barbarie en los días posteriores al golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

Es verdad que el paso del tiempo suele ser indulgente con los nombres ilustres, los que protagonizan los libros de historia desde el poder. Pero también es cruel con la gente anónima, con los olvidados que descansan bajo lápidas cubiertas de musgo, olvido, abandono.. y más aún con los que no tienen ni eso y yacen tirados en campos, cunetas y fosas comunes de los diferentes parajes de la geografía española.

El fanatismo ideológico, la violencia sectaria y la persecución política, civil y religiosa devoraron a España hasta sus entrañas. Las cicatrices de la guerra fueron más profundas que la hondura de las trincheras que partieron España en dos. Sembraron el odio en pueblos y familias hasta el punto de convertir a todo un país, a toda una nación, en víctima de sí misma.

Toda España, de uno u otro modo, perdió en aquella guerra. Por eso es tan importante construir un relato compartido a partir de todo lo que nos une.

Hoy, 31 de octubre, honramos muchas de esas vidas anónimas sepultadas bajo una losa de indiferencia imperdonable durante todos estos años. Vidas perdidas en una guerra cruel o en la brutal posguerra que la sucedió; vidas rotas por el exilio, por la deportación; vidas torturadas por la humillación contra el diferente; vidas mutiladas por la cárcel; vidas y carreras truncadas por la violencia y el rencor de la dictadura franquista que se resistía, como una bestia herida, a desaparecer; hasta vidas robadas también, como sabemos, arrancadas de los brazos de su madre al nacer.

Benita, hoy aquí presente, lleva 83 años buscando los restos de su padre, la hemos visto aquí con la foto de su padre, de Facundo Navacerrada, desaparecido en Colmenar Viejo, en Madrid. Y solo le mueve, como a Hilda Farfante, también aquí presente, un afán; y es el de darle una sepultura digna a sus familiares. Tener una lápida a la que llevar flores el día de los difuntos. En fin, ¿quién puede negar la justicia de su lucha? ¿En nombre de qué se puede negar el deber de todo un Estado, de todo un compromiso político que representa ese Estado de ayudarla en su búsqueda? Como ellas, hay miles de personas, por desgracia, en nuestro país que aún continúan buscando a sus familiares. Y no lo hacen para abrir heridas, sino precisamente para cerrarlas de una vez.

Vamos tarde, demasiado tarde. Pero aún nos queda el poder de la memoria. Y en tanto somos capaces de recordar, desafiamos la injusticia del olvido.

Recordar para honrar a quienes lucharon por la democracia y lo hacían desde la clandestinidad, a sabiendas de que era muy probable, como por desgracia ellos lo sufrieron, que no llegaran a disfrutar en vida del sueño de la libertad. Para saldar la deuda de gratitud que España aún tiene con quienes se comprometieron con una España democrática, aprobamos también esta Ley de Memoria Democrática.

Antes se ha dicho aquí: verdad, justicia, reparación y deber de memoria. No son conceptos abstractos, no son conceptos solamente del Gobierno de España. Son cuatro principios, enunciados por Naciones Unidas en la orientación de las políticas de memoria, que están presentes en una ley que al fin equipara a nuestro país con otras democracias de nuestro entorno que también sufrieron el fascismo.

Democracias que, como la nuestra, comparten lo que José Álvarez Junco ha definido como una historia reciente difícil de digerir y aceptan un juicio crítico de ese país extranjero llamado "pasado". Porque solo así podemos fomentar actitudes tolerantes en la sociedad y confrontar a quienes convierten la historia en un campo de batalla repleto de mitos y falsedades.

La Ley de Memoria Democrática nace de un relato integrador. Me gustaría subrayarlo. Porque presenta en la exposición de motivos una reivindicación del legado de la Transición y de la tradición liberal-democrática decimonónica de la España tantas veces condenada a ser excluida de la modernidad europea.

La mera elección de este día, 31 de octubre, como jornada dedicada a todas las víctimas del golpe militar, la guerra y la dictadura, es una declaración de intenciones. El 31 de octubre de 1978, lo sabemos bien, la Constitución fue aprobada por los representantes legítimos del pueblo español en las Cortes Generales.

Y, por tanto, se establece un vínculo directo entre lo que esa fecha representa y la aprobación de una norma que ha garantizado al fin el arraigo duradero tantas veces negado a la democracia en España.

Y es ahí, en la Constitución de 1978, donde encuentra sentido el afán de concordia de todo el pueblo español. Honrarla exige algo más que proclamar su vigencia: exige cumplirla de principio a fin. Sin excusas, ni subterfugios.

Como país, hemos pagado a lo largo de nuestra Historia un alto precio por la libertad. Tan alto que, además de preservar ese legado, nunca debemos darlo por sentado.

Los avances de fuerzas reaccionarias en varios puntos de Europa que estamos viendo, que creíamos extintas, nos recuerdan que ni el progreso ni la democracia son irreversibles. Que aquel "fin de la historia" que proclamaban algunos intelectuales, con el triunfo inapelable de la democracia liberal, tenía un reverso tenebroso del que el mejor ejemplo es hoy la autocracia con la que Putin está invadiendo Ucrania.

Por eso es tan importante el trabajo de la sociedad civil y, muy singularmente, de las asociaciones memorialistas que estáis aquí presentes con nosotros en la defensa de los valores democráticos.

Por tanto, gracias por mantener viva la llama. Por redescubrirnos historias olvidadas de compromiso valiente contra la dictadura en Europa o en España o el fascismo en Europa.

Gracias a los que nos descubrieron la epopeya de la Nueve, en la liberación de París en agosto de 1944.

Gracias por apoyar a las familias de los desaparecidos cuando el estado se ausentó. Gracias por escarbar en la tierra con la esperanza de encontrar una alianza, un crucifijo, un sonajero o un reloj que certificase el reencuentro de un padre y un hijo; de una madre y una hija; de un abuelo y una nieta.

Nunca más vais a caminar solos. Ninguna democracia puede construirse sobre pactos de silencio. A los que una vez dijeron que era pronto para hablar de algunas cosas y hoy dicen que ya es tarde para hacerlo, quiero decirles que el momento es hoy. Que el momento es ahora. Que es justo ahora cuando hay que desprenderse de viejas hipotecas.

Porque la democracia, como la Constitución que la ampara, es una conquista colectiva, que no puede ser patrimonializada por nadie en exclusiva, sino defendida por todos y por todas. Y no basta con acatar desde una aceptación pasiva, hay que cumplirla y hacerla cumplir en todos sus extremos, del primero al último de los artículos.

Para concluir, permítanme retomar esa anécdota que compartí, para mí fue un honor, con el presidente de la República francesa. Permítanme recuperar la historia tras esa lápida llena de musgo, olvido y abandono con nombre español, situada a escasos metros de la tumba de un presidente de la República española como Manuel Azaña.

Permítanme recordar el nombre de Felipe Gómez-Pallete, que era médico de profesión. Ejercía como tal al servicio del presidente de la República, a quien acompañó en el exilio y por cuya salud deteriorada veló hasta el final.

Según reza en la sepultura, el doctor Gomez Pallete murió el 13 de octubre de 1940. Diez días antes remitió una carta al embajador de México, único país que protegía a los exiliados y exiliadas españoles en la Francia ocupada. Esa carta decía así:

"Le había jurado a don Manuel Azaña inyectarlo de muerte cuando le viera en peligro de caer en poder de Franco. Ahora que veo cercano ese peligro, me falta el valor para hacerlo. No queriendo violar este compromiso, me aplico yo mismo esa inyección para adelantarme a su viaje".

El médico de Azaña tenía 36 años cuando se quitó la vida. Su padre, militar de profesión, había sido asesinado en la zona republicana cuatro años antes, al comienzo de la guerra.

Reivindicar su figura es desafiar la tiranía del olvido y enfrentar un pasado lleno de matices y contradicciones que atravesaron a millones de familias en nuestro país. Es honrar a la gente anónima que hace la historia de España. Gente cuya existencia merece ser rescatada de las garras del olvido para edificar juntos y juntas sobre su recuerdo una memoria democrática compartida. La memoria de una sociedad que anhela estar en paz con su pasado para avanzar hacia el futuro en democracia y en libertad.

Gracias.

(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)