Discurso del presidente del Gobierno en el Debate sobre el estado de la nación

Intervención inicial del presidente del Gobierno en el Debate sobre el estado de la nación (I)

24.2.2015

  • x: abre ventana nueva
  • Whatsapp: abre ventana nueva
  • Linkedin: abre ventana nueva
  • Enviar por correo: abre ventana nueva

Congreso de los Diputados, Madrid

Señor Presidente, Señorías,

El 20 de diciembre del año 2011, cuando me presenté en esta Cámara para solicitar la investidura, hace ahora poco más de tres años, les dije lo siguiente: "Un país en el que cada día que pasa se destruyen miles de empleos no puede permitirse vacilaciones a la hora de señalar prioridades." "Me propongo, pues, dedicar toda la capacidad del Gobierno y todas las fuerzas de la nación a detener la sangría del paro, estimular el crecimiento y acelerar el regreso a la creación de empleo".

Éstas fueron las prioridades que señalé para esta Legislatura y que aceptó la Cámara: detener la sangría del paro, estimular el crecimiento y acelerar el regreso a la creación de empleo.

Por eso, es razonable preguntarse en qué grado de desarrollo está hoy este compromiso. Dicho de otra manera, ¿cuál es el estado de la nación respecto a lo que yo mismo propuse ante esta Cámara?

Las prioridades no podían ser otras: a finales de 2011 se cerraban empresas sin interrupción, desaparecían las inversiones, no existían ni siquiera perspectivas de crecimiento y 3.200 personas perdían su empleo cada día.

Otra cosa es que fuera fácil abordar esas prioridades. No lo era en absoluto: había que atender a los gastos de cada día con la caja vacía; los ingresos fiscales se habían desplomado, mientras la deuda crecía vertiginosamente; nuestro crédito era un recuerdo; se tenía muy poca confianza en nuestra capacidad para devolver los préstamos, con lo cual el dinero que necesitábamos nos salía carísimo; recuerden las escaladas de la prima de riesgo; existía un riesgo cierto de quiebra; la intervención nos rondaba como una amenaza; éramos candidatos claros para salir del euro… No necesito insistir, Señorías, porque, aunque parece mentira, todo esto ocurría hace ahora nada más que tres años. Un panorama invernal, gélido y desolador.

Entonces tuvimos que soportar una batalla diaria contra quienes nos empujaban para que pidiéramos el rescate. No quiero ni pensar cuáles hubieran sido las consecuencias económicas y, sobre todo, las consecuencias sociales de aceptar la intervención. A ello me referiré luego.

El caso es que no lo aceptamos. Queríamos sacar al país del atolladero, restaurar el tejido productivo, detener la desaparición de los empleos, recuperar la confianza…, pero queríamos hacerlo sin intervención exterior, sin dejar de actuar como un país soberano, sin renunciar al control de nuestro destino y sin dejar abandonados a todos los españoles que no podían atravesar el desierto por sus propios medios.

Tuvimos que dedicar dos años enteros a enderezar aquel desastre; dos años duros, de esfuerzos y renuncias para lograr ajustar las cuentas. Les recuerdo, Señorías, que todo lo que conseguíamos ahorrar se nos iba en pagar los intereses de la deuda, porque no se sabía aún si éramos fiables. Fueron dos años de estrecheces, sin más apoyo que la esperanza porque, como es natural, se sufrían las penalidades, pero no asomaban las recompensas.

Realmente, Señorías, y desde la distancia que marcan el tiempo transcurrido y el evidente cambio de situación, es de justicia reconocer que los españoles hemos pagado un precio muy alto para recordar algunos principios elementales que nunca deberían volver a olvidarse; principios como que no se puede gastar lo que no se tiene, que no se puede vivir de prestado y que hay que contar muy despacio y con mucho tino el dinero que pedimos a la gente.

El caso es que, pese a toda suerte de dificultades, logramos recuperar la confianza, el crédito y, por encima de todo, la creación de empleo. No abundaré en hechos que ustedes conocen. Me bastan unos pocos datos para reflejar la situación de esa manera objetiva e incontestable que ofrecen los números.

Durante seis años se destruía empleo, comenzó a crearse. En 2013 el empleo aún caía al 3,3 por 100. En 2014 creció al 0,8 por 100. El avance del empleo neto alcanzó 440.000 personas. Esto, en lenguaje llano, significa que se ha invertido la situación, Señorías. Hemos detenido la caída, dejado de destruir puestos de trabajo y estamos abriendo las puertas del empleo, que era, exactamente, lo que nos habíamos propuesto al comienzo de la Legislatura y, para algunos, parecía inalcanzable.

Señorías,

España inició esta recuperación mirando al exterior, recuperando su competitividad. Nuestras exportaciones crecieron, incluso, en los peores momentos y nos sirvieron para aguantar mejor los duros años 2012 y 2013. A día de hoy, las ventas exteriores suponen ya cerca del 33 por 100 del Producto Interior Bruto español. Han aumentado en los últimos años más que en ninguna otra economía del G-7, salvo Alemania.

Equilibramos nuestro saldo exterior y detuvimos la espiral de endeudamiento que nos atrapaba. España, que creció durante años por la vía del endeudamiento frente al exterior, hoy produce y vende suficientes bienes y servicios para financiar todas sus compras en el extranjero. Esto, Señorías, no ocurría en nuestro país desde 1998.

Esto no ha sido ni una casualidad ni un regalo. El número de las empresas que exportan con regularidad ha crecido más de un 22 por 100 desde 2011. Muchos de nuestros emprendedores iniciaron su aventura exterior en un proceso que ya no tiene retorno. La economía española se internacionaliza cada día más y coloca los cimientos de un desarrollo más sólido y diversificado.

En este fenómeno no ha sido ajeno el hecho de que nuestros precios evolucionasen, incluso, mejor que los de Alemania, la economía más competitiva de la Unión Económica y Monetaria. Nuestros productos son atractivos por calidad, pero también por precio, algo que habíamos perdido en un pasado no tan lejano.

Recuperamos la confianza del exterior cuando los inversores internacionales vieron que España era competitiva y podía sostenerse sin endeudarse. La prima de riesgo comenzó a descender: pasamos de superar los 635 puntos básicos en 2012 a los poco más de 100 puntos --en realidad, hoy son poco menos de 100--en el día de hoy. Hay quien piensa que esto fue un regalo del Banco Central Europeo, pero todas las medidas del Banco Central Europeo no hubieran servido de nada si España hubiera seguido siendo un país con una competitividad muy baja. Hay algún ejemplo, hoy en primer plano, que ratifica de manera muy clara lo que acabo de decirles; pero esto, por fortuna, no ha sido así en nuestro país gracias al conjunto de reformas estructurales que aprobamos a lo largo de esta Legislatura.

Señorías,

A mediados de 2013, cuando habían pasado seis trimestres de Legislatura, logramos lo que muchos pensaban inviable: que la actividad económica española comenzara a crecer, revirtiendo la recesión económica que heredamos del anterior gobierno. Llevamos ya un año y medio en que nuestra economía crece mes a mes. Hemos cerrado 2014 con un incremento de nuestro Producto Interior Bruto del 1,4 por 100. Es el primer año en que se crece desde el inicio de la crisis.

Además, nuestra expansión ya no es solamente producto del sector exterior; las familias y las empresas han recuperado la confianza y su capacidad de consumir y de invertir. Se armoniza la demanda interna y la exterior, y los bienes y productos que producimos los españoles son atractivos para cubrir ambas. Los hogares perciben ya cierta mejora en sus presupuestos, como demuestran los datos de ventas minoristas, de matriculaciones de vehículos y nuevas hipotecas, todos ellos en franco crecimiento. La confianza de los consumidores, medida por los distintos índices tanto nacionales como internacionales, está en máximos históricos. Está renaciendo el optimismo en cuanto a las expectativas de España.

Gracias a la reestructuración del sistema financiero, el crédito o, mejor dicho, la falta de crédito, ese dogal que nos ha atenazado los últimos años, va quedando atrás: en 2014, las nuevas operaciones de las pequeñas y medianas empresas con las instituciones financieras subieron un 9 por 100, el mayor aumento porcentual desde que se inicia la serie en 2004, y, además, el coste de las mismas ha bajado sustancialmente.

En fin, Señorías, la culminación de este proceso es la creación de empleo. 2014 es el primer año de la crisis, el primer año, desde 2006 en que se crea empleo y se reduce el paro. Con los datos de enero de 2015 ya podemos decir que hay 74.000 parados registrados menos que en el primer mes de la Legislatura en enero de 2012. Y también podemos decir que, con los datos de Eurostat de diciembre, últimos datos conocidos, en España hay 156.000 parados menos que desde el primer mes de la Legislatura. Además, uno de cada dos puestos de trabajo que se crearon en 2014, según la EPA, era indefinido.

Dicho de otra manera, aunque aún queda mucho por hacer, estamos mejorando y cubriendo las etapas de forma cada vez más rápida.

Y éste es un crecimiento sostenido y estable, con bases sólidas, que, si no torcemos el rumbo, se puede mantener y acelerar:

  • España va a cumplir con sus objetivos de déficit en línea con nuestros compromisos europeos.
  • Mantendremos un superávit exterior, reduciendo por tanto nuestra deuda con el resto del mundo.
  • Nuestros precios mantendrán la senda de descenso, gracias a la bajada del precio del petróleo y la estabilidad en otros bienes y servicios, lo que mantiene nuestro poder adquisitivo y nos permite, al mismo tiempo, ganar competitividad frente al exterior.

Gracias a esto y gracias al esfuerzo de todos, la economía española creará, entre 2014 y 2015, en torno a un millón de empleos netos, cumpliendo así el compromiso que adquirí en esta Cámara con el conjunto de los españoles.

Pues bien, Señorías, ésta es la situación de la economía española a día de hoy. No necesito ya traer promesas ni alentar esperanzas. Disponemos de algo mejor: hechos sólidos que se palpan, se miden y se cuentan porque son realidades objetivas.

El estado que debatimos hoy es el de una nación que ha salido de la pesadilla, se ha rescatado a sí misma, ha recuperado la confianza económica, goza de prestigio, vuelve a ser atractiva para los inversores, ha reordenado su funcionamiento y ve cómo crecen el consumo y la inversión. Una nación en la que comienza a girar de manera creciente la rueda de la actividad económica y, gracias a todo ello, está ya empezando a crecer el empleo y a reducirse el número de parados, que era el gran objetivo para esta Legislatura.

Señorías,

No hemos necesitado una década. Hablo de tres años. Eso es lo que ha tardado España en levantarse después de la caída. Sólo se puede comparar la velocidad de nuestra recuperación con la velocidad con la velocidad con la que nos hundíamos anteriormente.

España ha pasado de ser un país al borde de la quiebra a convertirse en el ejemplo de recuperación en el que, a día de hoy, se fijan otros países de la Unión Europea.

España ya no es un problema para Europa, ni necesita un rescate, ni tiene que dejar el euro. De eso ni se habla. España ya no está en los titulares de la prensa, ni en las conversaciones de los dirigentes europeos o de las instituciones internacionales, salvo para bien. Otros ocupan esos titulares.

Aquel país que recibimos hundido en la ruina es de los que más crece de toda Europa y el que más empleo crea. Aquel país al que, para prestarle dinero, había que tomar precauciones y aplicarle unos intereses insoportables, ahora encuentra todas las puertas abiertas y los tipos de interés más bajos de nuestra historia. Señorías, hoy hemos emitido letras a tres meses a un interés del cero por ciento, hoy.

Ningún otro país en dificultades ha visto algo parecido.

A partir de ahí, cada uno valora las cosas como le parece o como le conviene. Yo, Señorías, me atengo a lo que dicen los que no tienen que hacer campaña electoral en España. Todos los países del mundo y todos los foros internacionales están poniendo a España como ejemplo de la recuperación económica, por lo que ha hecho y por las perspectivas que se le ofrecen.

Y no es que alaben la situación actual por sí misma, que ya sería mucho; alaban la situación actual comparándola con la que recibimos, es decir, miden el salto que hemos dado desde lo más hondo. Por eso, el mérito les parece doble y lo confiesan.

Señoras y señores diputados,

El Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer, pero el mérito corresponde a España y a los españoles. A esto ha contribuido todo el mundo: las Comunidades Autónomas, los municipios, los trabajadores, los funcionarios, los empresarios, las familias… Los resultados demuestran que esta nación, cuando se la dirige con responsabilidad, sabe responder, sobreponerse y actuar, porque cuenta con recursos, con ambición y, no me olvido, con ese espíritu de solidaridad que todo el mundo reconoce en los españoles, porque aflora en todas las adversidades, y sin el cual la travesía hubiera sido muchísimo más ingrata.

Señorías,

Se lo dije hace dos años en esta misma Cámara, en un Debate como el de hoy: los españoles han demostrado que no son niños. Fueron conscientes de las dificultades y supieron distinguir perfectamente lo que les ayudaba de lo que les perjudicaba. No confundieron lo que les podrían gustar con lo que les convenía en aquel momento dramático. De mejor o peor humor, con mayor o menor resignación, aceptaron los sacrificios, aceptaron lo inevitable. Entendieron que era la hora de tomarnos en serio a nosotros mismos y de pelear con ahínco por nuestro propio futuro. Hoy podemos decir con satisfacción que lo lograron.

Los españoles saben estar a la altura de las circunstancias. Tienen motivos para estar orgullosos de lo que han hecho y de los resultados obtenidos con tanto esfuerzo.

Pero dicho esto, Señorías, añado algo más: nos queda aún mucho por hacer. Claro está que nos queda mucho. No confundamos el final de un acto con el final de la obra.

Sabemos lo que nos falta. La tasa de desempleo está todavía demasiado alta, muchísimos españoles llevan más de un año sin trabajo y muchísimos, más de dos; la tasa de desempleo juvenil sigue siendo inaceptable...

Nos queda mucho por hacer, pero hemos creado las condiciones para hacerlo. Ahora sabemos que podremos hacerlo.

Hemos dado un paso de gigante que, en sí mismo, constituye el mejor estímulo para acelerar nuestra marcha porque, si en tres años hemos logrado, entre todos, superar lo más difícil, que era detener la caída, dar la vuelta a la situación, recuperar el brío y comenzar el avance, ¿qué puede impedirnos, si perseveramos, acelerar el ritmo de crecimiento, consolidar el bienestar y recuperar el empleo? Sólo una cosa: nosotros mismos. Y luego me referiré a ello, Señorías.

Ahora quiero referirme al Estado de Bienestar.

La crisis económica no sólo provocó en España una caída de la economía, un aumento sin precedentes del paro y un importante desplome de los ingresos tributarios; en concreto, Señorías, en 70.000 millones de euros. Todo ello puso en riesgo el mantenimiento y la calidad de nuestros servicios públicos fundamentales, como es perfectamente entendible. Además, la crisis económica generó un aumento de la desigualdad social, del riesgo de pobreza y de exclusión social a un ritmo mucho más acelerado que en el conjunto de la Unión Europea. Y no podía ser de otra forma: el motivo fundamental de la desigualdad es el paro y su ascensión ha sido imparable en los años de la crisis. Pocas cosas hay más injustas que el hecho de que alguien no pueda tener un trabajo para sostenerse.

Es obvio que el reto que se le presentaba a este Gobierno no se limitaba sólo a la corrección de los grandes desequilibrios macroeconómicos y la creación de empleo; había que hacerlo preservando lo fundamental de nuestro sistema de bienestar social. Se trataba, pues, de sacar adelante a España entera, no a fragmentos sueltos de ella, no dejar a nadie a la espalda, y menos a los más débiles, a quienes peor lo estaban pasando, a los que en aquel momento se acogían con fuerza al calor familiar o a las ayudas altruistas que, por fortuna, nunca han faltado en un país solidario como el nuestro.

Queríamos salir de la crisis todos juntos, sin desgarros sociales, sin que ni las circunstancias, ni nuestras intervenciones, ahondaran las desigualdades.

Y no era fácil, Señorías. Todo el mundo lo sabe: no era fácil, porque no había dinero. La recaudación había caído en esos 70.000 millones de euros.

Realmente no es que no fuera fácil, es era muy difícil. Había muchos que aseguraban que no era posible lograr lo que pretendíamos: una especie de cuadratura del círculo que consistía en recuperar la economía reduciendo el déficit, haciendo reformas estructurales y, al mismo tiempo, mantener el grueso del gasto social. Y, como decían que no era posible, nos animaban a pedir el rescate; nos "animaban", por no utilizar otra expresión. Pero no lo hicimos.

Señorías,

Ésa fue la gran decisión de la Legislatura, ésa fue la gran medida de política social de esta Legislatura: evitar el rescate; la mejor.

Señorías,

Queríamos decidir sobre nosotros mismos y, mientras otros se vieron obligados a tomar medidas drásticas, nosotros pudimos fijarnos unas líneas rojas que no íbamos a traspasar. Y no lo hicimos.

El rescate es implacable. No considera la edad, ni la condición social, ni la fortaleza o debilidad de cada familia. Es una ayuda, pero es una ayuda muy exigente, que no deja opción para adaptarse a la austeridad, ni margen para ayudar a los más débiles.

Señorías,

Eso no entraba en las consideraciones de quienes nos urgían a pedirlo; ésos que glosaban las ventajas del rescate, pero que no dedicaban ni una palabra, ni una, a valorar sus contrapartidas sociales. Nosotros sí lo hicimos. Era nuestra obligación. Por eso, fuimos prudentes en nuestras declaraciones --repito, prudentes en nuestras declaraciones-- y sólidos en nuestra determinación de evitarlo.

Señorías,

Lo más fácil hubiera sido aceptar las presiones, pero era lo más injusto y, por eso, no lo hicimos. Nos negamos a salir de la crisis a expensas de los pensionistas, de los parados o de la caja de la Seguridad Social.

Señorías,

Es que yo lo viví.

Sin duda, lo que pretendíamos era más difícil, más arduo, más laborioso, pero era más equitativo. Podíamos fracasar, pero nadie podía decir que no mereciera la pena intentarlo. Nos impusimos, pues, el compromiso de proteger en aquel naufragio el Estado del Bienestar, mantener las prestaciones sociales y garantizar los pilares de los servicios básicos, como sanidad, educación, pensiones, prestaciones por desempleo y el resto de servicios sociales.

Para ello, y para recuperar el crecimiento y el empleo --la mejor garantía del Estado del Bienestar; repito, la mejor garantía del Estado del Bienestar--, pusimos en marcha la política económica que ustedes conocen. Paralelamente, se crearon mecanismos extraordinarios de apoyo a las Administraciones Públicas, locales y autonómicas, porque muchas de ellas, muchas, no podían atender sus vencimientos de deuda, no podían pagar a sus proveedores y no podían mantener los servicios públicos. Me refiero a instrumentos como la Línea ICO, el Plan de Pago a Proveedores o el Fondo de Liquidez Autonómica. Les recuerdo que más del 70 por 100 de esos fondos se han destinado a gasto social. Luego me referiré a este asunto con más detalle.

Pues bien, el conjunto de todas estas decisiones y políticas ha producido los resultados por todos sabidos. El más importante: hemos logrado, como comprometí en el Debate de Investidura, que 9.275.000 pensionistas hayan cobrado y cobren puntualmente, mes a mes, sus pensiones. Es que ustedes las congelaron y, encima, tenían una inflación por encima del 3 por 100, claro.