Intervención del presidente del Gobierno en la inauguración de la XIX edición del Foro Iberoamérica

9.11.2018

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Madrid

Presidente.- Buenos días, estimados copresidentes del Foro Iberoamericano, Fernando Henrique Cardoso y Ricardo Lagos, muchas gracias por acompañarnos una vez más, aquí, en Madrid. Secretaría General Iberoamericana, expresidente del Gobierno, Felipe González, presidentes y CEO de Caixabank, de Telefónica, de Iberdrola, de Mapfre, de Prisa, y, también, del Banco Santander. Señoras y señores, amigos y amigas:

Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento sincero a quienes se hacen posible este evento, en especial, a las empresas, a las instituciones que comparten objetivos, reflexiones, anhelos. En definitiva es lo que nos ha trasladado Fernando en su intervención para acercar dos continentes que están, efectivamente, separados por un océano, por el Océano Atlántico, pero que estamos unidos a través de profundos vínculos históricos, económicos, y culturales como a buen seguro habéis compartido estos días. Vínculos en los que se hace presente la huella de España en el pasado pero que, sobre todo, sirven para pensar en el futuro como territorio de oportunidades y de prosperidad para ambas orillas.

Como ustedes saben, estamos a sólo unos días de la celebración de la XVI Cumbre Iberoamericana en Antigua, en Guatemala, y hace escasos días tuve la ocasión además de poder hablar sobre ella con la secretaria general, con Rebeca.

Un encuentro bajo un mensaje que invita a la reflexión --como bien señala Rebeca--, por una Iberoamérica próspera, inclusiva y sostenible. Ese es el título para el cual estamos convocados en Antigua.

Permitan que enlace esas ideas, la de la prosperidad, la de la inclusión social, y la de la sostenibilidad con la reflexión a la que se invita en este foro, que es la de América Latina y Europa en el escenario global. Muchos de los presentes formamos parte de una generación que creció con una certeza: el que la democracia conducía, querido Fernando, de forma inequívoca a la prosperidad. Tanto más próspero es un país tanto más democráticas son sus instituciones y sus valores, esto es lo que creíamos y como crecimos. Hay unas palabras del presidente Alfonsín cuando su país salía del pozo de la dictadura, que creo que resumen con perfecta contundencia y claridad esta idea sencilla, y es, decía el presidente Alfonsín: "con la democracia se cura, se come y se educa". Y, al invocar el concepto de democracia pensamos, lógicamente, no solo en el voto, estamos pensando también en el imperio de la ley.

Aquí, ya saben ustedes, que hemos tenido durante estos últimos años una identificación de la democracia con el voto pero sin ningún tipo de garantías y esta es una de las ideas contra las cuales hemos tenido que combatir de manera muy intensa durante estos últimos años; por tanto, la democracia no es solamente el voto, es el imperio de la ley, es tener instituciones sólidas, independientes, es que exista la separación de poderes. Pensamos, en definitiva, en la herencia de esos principios de la revolución francesa de la libertad, igualdad, y la fraternidad.

Hoy en día, muchas de esas certezas -y antes lo ha indicado Fernando-parecen ceder ante el avance de fuerzas, yo diría que autoritarias, no las llamemos populistas, llamémoslas autoritarias a uno y otro lado del Atlántico, en ambos hemisferios y con parecidas retóricas. Pero, tengamos claro algo, la crisis económica de esta última década no solo se mide en términos económicos, en términos de pérdida social -que, sin duda alguna, también y fundamentalmente--, también en términos políticos, de debilitamiento de nuestro sistema democrático, porque si la prosperidad no es como una suerte de lluvia fina, persistente y capaz de llegar a todas las capas de la sociedad surgen, en consecuencia, el desencanto, la frustración, la desafección, y es ahí donde se encuentran -digamos-, los pilares, el sustento del que se alimentan las retóricas excluyentes.

Esta semana, aquí, por ejemplo, en España, hemos tenido un buen ejemplo de esta cuestión, de lo que estoy diciendo. Evidentemente, las decisiones judiciales se acatan, gusten o no gusten, este es el Estado social y democrático de derecho en el que vivimos en España, lo mismo que es que el Gobierno y el Parlamento puedan cambiar leyes en consonancia con las preocupaciones sociales, y este Gobierno cree en la redistribución de la riqueza y también en la carga impositiva y, por tanto, la lección que tenemos que extraer de esta semana es que la democracia también es que no paguen siempre los mismos.

Por eso, a mi juicio, es tan relevante volver a vincular la prosperidad y la democracia, incluso esa democracia económica de la cual ya hablaba en el siglo pasado Willy Brandt u Olof Palme, porque cuanto más justo sea el reparto de la prosperidad, más fuerte será la democracia y los pilares que la sustentan.

En definitiva, la apuesta por la igualdad y la justicia significan dar anticuerpos a la sociedad contra el virus del autoritarismo y de los discursos que acaban en fobias, ya sea la xenofobia, ya sea la homofobia, etcétera, etcétera.

El segundo de los conceptos a los que quería hacer referencia en esta intervención es el de la inclusión social. Antes se ha hecho referencia al mismo, un concepto que yo creo que nos obliga a pensar en la necesidad de reconstruir un pacto social que se ha roto durante la crisis. Antón Costa, que es uno de los grandes economistas y pensadores, y yo creo que humanistas de nuestra sociedad, de la sociedad española, queridos amigos y amigas, hablaba de que esta crisis lo que ha hecho ha sido romper el contrato social en España y que, precisamente, en muchas ocasiones cuando estamos viendo estas dinámicas de desafección y de polarización de nuestras sociedades tiene mucho que ver con la ruptura y la quiebra de ese contrato social. Yo me atrevería a decir que el desafío que tenemos en Europa, y que también está detrás de la crisis de la Unión Europea, es la inexistencia de un contrato social a nivel europeo y, probablemente, el gran reto que tenemos como sociedades, no solamente en España sino la Unión Europea, es escribir ese contrato social a nivel europeo, a nivel supra nacional porque si no lo hacemos juntos, todos y cada uno de las sociedades que componemos este gran proyecto histórico, este animal único que es la Unión Europea, será muy difícil -digamos-escribir un contrato social que sea inclusivo para todos y para todas.

Un acuerdo tácito este, el del pacto social, el del contrato social -como le llamemos--, alianza de generaciones también, que fortalece a las democracias y que construye sociedades más abiertas y tolerantes desde el combate contra la desigualdad. Creo que la desigualdad, probablemente, sea uno de los, no uno, es -sin duda alguna-, el desafío que tenemos por delante desde la -digamos-, acción pública. Y, unas de las lecciones aprendidas -a mi juicio-, con la última crisis es que las sociedades pueden aceptar desigualdades pasajeras, incluso hay teorías que, efectivamente, hablan de que las desigualdades pasajeras son un alimento para la innovación, para la competitividad y, en definitiva, para la prosperidad y el progreso de las sociedades.

Yo no quiero entrar en esa disquisición, lo que quiero decir es que si esas brechas se consolidan en el tiempo y los sacrificios siempre caen sobre los más expuestos, tendremos el caldo de cultivo para ese discurso autoritario que estamos viendo en distintas partes de nuestro mundo. Por eso, frente al viejo paradigma de "crecer primero y repartir después", que era un poco en lo que hemos crecido -digamos-, durante el siglo XX, ahora lo que tenemos que pensar es que para crecer mejor lo que tenemos que hacer es repartir y construir justicia social; por tanto, la lección que tenemos que sacar de esta década de crisis económica es que no puede haber crecimiento sin cohesión y no puede haber cohesión sin crecimiento.

En último término, quien pierde en este dilema no es una ideología, no es la social democracia, no es la democracia cristiana, no es el liberalismo, ni tampoco, es de nuevo la propia democracia a la cual antes hacía referencia Fernando, y es que la democracia frente al miedo es, también, junto con la desigualdad, la lucha de nuestros días. Apelar, por tanto, a una globalización más inclusiva aunque suene ya a manido porque, efectivamente, estoy convencido de que también ha sido una expresión aquí utilizada de una u otra manera, no significa que haya perdido actualidad y que tengamos todos que comprometernos con ella, con una globalización más inclusiva porque es trabajar, en definitiva, por la democracia frente al miedo, en un sentido amplio.

El precio a pagar por esa exclusión social se mide en debilidad institucional, como he dicho antes. El talento que se pierde, por ejemplo, con la mujer tantos años excluida o en el joven sin recursos que no puede desarrollar su potencial y, de alguna manera, también, esa exclusión social a la cual antes hacía referencia Fernando en su intervención de manera subliminal en una época disruptiva donde ahora mismo, evidentemente, hay oportunidades pero también hay ciudadanos que lo ven como enormes dificultades, como pueda ser la robotización, la digitalización y, en definitiva, toda la adaptación a un nuevo tiempo económico y social.

Por tanto, la inclusión social -a mi juicio-, representa esperanza, y la exclusión, una carga en el largo plazo que debilita a la sociedad en su conjunto. Es una enseñanza que tenemos la obligación, sin duda alguna, que aprender en Europa, de ahí que nosotros una de las cosas que, por ejemplo, en el último Consejo Europeo propusimos como gobierno de España es, bien, tenemos la unión económica, tenemos la unión monetaria, tenemos que avanzar y tenemos que culminar --esperemos que lo podamos lograr en el mes de diciembre--, la unión bancaria, pero no nos olvidemos de la unión fiscal, no nos olvidemos de que tenemos que poner en marcha mecanismos de estabilización social, por ejemplo, creando un fondo de garantía para el desempleo en épocas futuras de crisis en Europa.

Por tanto, creo que esa enseñanza de la inclusión social tiene que ser una obligación a aprender en Europa y, también, sin duda alguna, en la comunidad de América Latina, teniendo muy presente el daño causado la humanidad y a la democracia por la tiranía y los regímenes totalitarios; por tanto, prosperidad e inclusión social para fortalecer la democracia.

Es urgente que el crecimiento permee a todas las capas de la población. Si uno mira cuál es la distribución que se está produciendo en nuestro país del crecimiento económico que estamos registrando desde hace ya un lustro, el número de ricos ha aumentado cuatro veces más su concentración de riqueza que las capas más bajas de la sociedad. El crecimiento inclusivo, compartido, sostenible y justo es la mejor forma de consolidar la democracia y el progreso en ambos continentes. Ahora que tantos ponen en cuestión el viejo orden liberal es más necesario que nunca que las democracias mostremos nuestra fortaleza, nuestra determinación, nuestra capacidad de generar prosperidad y consensos sociales desde algo que ha dicho el secretario general de Naciones Unidas y que este Gobierno es firme defensor, que es el multilateralismo y la cooperación entre países.

América Latina, que comparte un área joven y dinámica, tiene un gran potencial para ganar más peso en el concierto global y, para ello, debe seguir reforzando la integración regional de la misma forma que España ha llegado más lejos de la mano de sus socios europeos.

Y, en último término, amigos y amigas, sostenibilidad. El desarrollo social y económico o es sostenible o no será tal desarrollo. Esto, yo creo que de una u otra forma lo hemos formulado todos los que hemos intervenido en este foro. Somos conscientes de que es un empeño difícil de asumir cuando el consumo irresponsable, la cultura de lo inmediato, nos impide mirar más allá, pero no lo es tanto cuando humanizamos esa idea, cuando le ponemos rostro. En mi caso, en la España en la que quiero que crezcan mis propias hijas, se dice con acierto que somos la última generación para revertir o frenar los efectos dramáticos del cambio climático en el mundo. Y la primera que gracias a los avances de la ciencia, de la tecnología y de la innovación tiene en su mano la posibilidad de dar marcha atrás en ese enorme desafío global. También aquí se juega la partida de la fortaleza de nuestra democracia, porque las sociedades que se cierran, o mejor dicho, se encierran en sí mismas, se repliegan sobre sí mismas, son reacias a cooperar desde el multilateralismo imprescindible en el combate contra el cambio climático y sus efectos.

¿Qué puede hacer un solo país por muy grande que sea? Chile, Argentina, Brasil, China o Estados Unidos. O la misma España o Europa. ¿Qué puede hacer un solo país aislado en su retórica de fronteras contra la desertización? Que, por ejemplo amenaza al 40%, nada más y nada menos, de nuestro territorio según los informes de los científicos pertenecientes al panel internacional de Naciones Unidas. ¿Qué margen tiene un gobierno por sí solo para garantizar la seguridad alimentaria? La provisión de un bien esencial como es el agua, que también es uno de los grandes debate que vertebra, no solamente y cohesiona social, sino territorialmente a países como el nuestro, o evitar la contaminación de la atmósfera.

Yo creo que no es hora de reflexionar, es hora de actuar y, por eso, la transición ecológica de la economía, no la transición solamente de nuestro sector energético, que también es imprescindible. A mí me gusta hablar de la transición ecológica de la economía. Es una apuesta estratégica del Gobierno que presido porque es el momento de hacer y hacerlo ahora, aquí y ahora, sabiendo además que hay un futuro en la apuesta por una economía verde que, además, de ser una urgencia vital -que lo es, sin duda alguna--, la transición ecológica es fuente de oportunidades para transformar el modelo productivo de sociedades europeas y latinoamericanas en múltiples ámbitos, también en la creación de empleo en nuevos sectores.

En definitiva, hablamos de la necesidad de redescubrir -si se fijan-, los valores colectivos y de mirar más allá de lo inmediato, de apelar al concepto mismo de la sociedad, que creo que también es una de las grandes lecciones que tenemos que sacar de esta década perdida de la crisis económica a la que nos une esa idea de sociedad tantas veces negada frente a un individualismo que lo único que ha hecho ha sido valorar y valorizar principios e ideas -a mi juicio-muy negativas para el desarrollo y el progreso social, como puede ser el egoísmo que necesita del odio y del miedo al diferente para prosperar. Cuanto menor es el espacio para los valores colectivos, mayor es el espacio para las inseguridades que al final nutren todos los discursos totalitarios y autoritarios que estamos viendo.

En definitiva, había un sociólogo bien importante de nuestra sociedad que dejó una huella muy profunda, no solamente para Europa sino también para todos aquellos que nos consideramos progresistas, Toni Juve, que decía que las sociedades más desiguales son sociedades más inseguras y, en consecuencia, ahí es donde tenemos -digamos-las bases de mucho de lo que estamos viendo ahora mismo en el conjunto de la política global.

Hace poco más de dos meses, y en esto cambio algo de registro después de esta reflexión, tuvimos, tuve la ocasión de visitar cuatro países de Latinoamérica: Chile, estuve con Ricardo en la visita oficial que hicimos al presidente Piñera; Bolivia, Colombia y Costa Rica y, en algunos de ellos habían pasado casi dos décadas desde la última visita de un presidente español. Ahí tenemos al expresidente González que siempre ha estado muy presente en la vida política, social y económica latinoamericana, cosa que agradezco profundamente.

Tuvimos claro desde la toma de posesión que España tenía que volver a estar presente en un espacio clave para nosotros, para la acción exterior de nuestro país casi aplicando el mismo criterio que mantenemos con respecto a nuestros socios europeos, que en ambos casos no estamos hablando de acción exterior, sino de algo mucho más cercano para España y es un sentimiento que hace de la afectividad, de los vínculos -como he dicho antes-históricos, culturales y comerciales, emocionales -diría yo--, además de la comunidad de valores y de afectos compartidos -en consecuencia-que tenemos, algo mucho más importante pues es el comienzo para todo.

Muchas de las empresas que participan en la organización de este foro tienen una presencia estratégica desde américa latina. En ellas, y en la labor de miles de españoles que viven y trabajan en ese continente, España tiene embajadores de prestigio que yo pude ver cuando estuve visitando estos países. Representáis todas las empresas aquí presentes todo lo bueno que somos capaces de hacer como país. Es una credencial bien ganada que entraña también una responsabilidad, la del compromiso con una región que no solo es tierra de oportunidades, que lógicamente desde la lógica empresarial así se tiene que ver, sino también de acogida para españoles y españolas que han construido allí su vida, lo hicieron exiliados durante la guerra civil, durante la dictadura y ahora, también, como consecuencia de la crisis económica que ha hecho emigrar a muchísimos españoles hacia vuestras patrias.

Hasta agosto, por centrarnos en la relación comercial y económica, las exportaciones españolas en Latinoamérica crecieron hasta los 10.500 millones de euros. España sigue siendo el segundo inversor mundial, el primero europeo. El stock de inversión española en la región supera los 120.000 millones, más de la cuarta parte del total que posee nuestro país en el exterior, estamos hablando de euros, de 120.000 millones de euros pero, al margen de los fríos datos si hay algo que me enorgullece es que tras ellos hay prosperidad y hay empleo, hay progreso social, casi 800.000 personas trabajan gracias a la presencia de empresas españolas en América Latina y muchas de ellas con un protagonismo merecido en este foro, por eso, quiero agradecerles su compromiso con el desarrollo, con la innovación no solo en España sino también en América. No solo a través de la creación de riqueza sino, también, en campos como la responsabilidad social corporativa o la presencia en el tejido social de los países en los que desarrollan sus actividades empresariales; y en este campo -a mi juicio-la educación es un factor clave, es necesario educar en la inclusión, en la diversidad, en el respeto a las minorías, en el respeto al medio ambiente, en la igualdad entre hombres y mujeres, en la atención a la educación infantil y en la adaptación de la formación a los perfiles más demandados o que se demandarán en el presente y en el futuro. Son metas que el gobierno de España, les puedo asegurar, impulsa y que son de extraordinaria importancia.

Pero con todo, si me permitís, hoy quisiera poner de relieve otros datos igualmente valiosos y que desafían esta visión que algunas veces tenemos los políticos europeos, esta visión egocéntrica del mundo. Tenemos todavía esa inercia, una visión que -en ocasiones-nos impide ver desde otras perspectivas, por ejemplo, en lo relativo a la presencia de empresas latinoamericanas en España. Baste un dato: 37.000 millones de euros de inversión desde Latinoamérica en España, el triple que hace 6 años, el triple.

Estas magnitudes ponen de relieve las extraordinarias fortalezas de nuestro país para América Latina, y no solo como puerta de entrada a la Unión Europea, sino también en el norte de África. Tenemos capital humano, hay seguridad jurídica y una legislación que facilita y, también, promueve la atracción de inversión y de talento. En todos estos ámbitos, amigos y amigas, el Gobierno quiere seguir siendo cómplice de quiénes creáis riqueza y empleo, de las empresas que al abrir nuevas vías de negocio contribuís a fortalecer la sociedad y crear oportunidades. La economía española crece y lo hace con solvencia y firmeza, un 0,6% en el último trimestre frente al 0,2% de la media de la zona euro, muy por delante de las economías más avanzadas de nuestro entorno, y que ese crecimiento, además, se está traduciendo en generación de empleo que, para todos los que estamos aquí presentes, es una prioridad. En 2019 nuestra tasa de desempleo se reducirá hasta el 13,5%, probablemente en términos relativos con otros países de la Unión Europea o incluso, también, y miro a Chile, pues suena alto y, evidentemente, sigue siendo inaceptablemente alto pero, permítame subrayar el carácter simbólico de esta cifra, porque nos acerca la previa del inicio de la crisis, justo una década más tarde.

Queremos apelar hoy, sin embargo, no a esa década perdida, sino la década por ganar que tenemos ante nosotros, una década repleta de desafíos que España encara --y esto quiero reafirmar lo de manera muy contundente-- con un, y desde un europeísmo militante y sincero, un europeísmo útil --no solo para nuestro país-- sino también para América Latina, como así entendió el presidente González, impulsor del proyecto europeo y de las Cumbres Iberoamericanas de jefes de Estado y de Gobierno.

España se siente orgullosa de papel, muy orgullosa, de ser puerta de acceso a Europa y, también, de toda la comunidad latinoamericana. Y, ante algunos de esos desafíos, como el que implica la revolución tecnológica, quiero aprovechar este foro para reafirmar el empeño del Gobierno en recuperar el terreno perdido por España en los últimos años, de ahí que uno de los elementos que estamos trabajando y que presentaremos en breve es la estrategia de nación emprendedora, impulsando las Startup y el despliegue de tecnología 5G que van a marcar la apuesta decidida por la modernización de nuestra economía.

Y, a otros desafíos, como la transición ecológica o la necesidad de combatir la desigualdad, ya he hecho alusión previamente en mi intervención. Pero, sí quiero invocarles -y aprovechando, además, el vídeo y la declaración hecha por el secretario general de Naciones Unidas--, sí quiero invocarlos nuevamente desde una hoja de ruta estos desafíos, estos retos que tenemos por delante, a nosotros claro, que vincula a las dos orillas del Océano Atlántico y que, también, va a ser una de las declaraciones que vamos a aprobar en la Cumbre Iberoamericana, y es la de la Agenda 2030 de objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas.

Permítanme, no obstante, concluir con una mención al que --a mi juicio--, es el gran reto de nuestro tiempo, también otro de los grandes retos de nuestro tiempo, que es la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. El pasado martes se celebraron las famosas "midterm" en Estados Unidos, 277 mujeres compitieron en esas elecciones, 277; de ellas, 116 han sido elegidas, 95 en la Cámara de Representantes. Nunca antes había ocurrido algo así en la que es la primera potencia política y económica del planeta, y esto no es un simple cambio de tendencia, es una auténtica revolución que identifica la época en la que nuestras sociedades se están adentrando también, y es en el siglo de las mujeres.

En España esto lo tenemos muy claro, el 65% del Consejo de Ministros es de ministras, no de ministros y, en definitiva, es una revolución pero, por encima de todo -a mi juicio--, es una auténtica esperanza y esto también hay que reivindicarlo. Nada mejor que la imagen de una congresista de 29 años -como hemos visto durante estos días y de origen puertorriqueño-para representar el cambio que se abre paso, también, en Estados Unidos y con una presencia importante de la cultura latina para desafiar a quienes el único proyecto que tienen por delante es levantar muros de incomprensión y construir sociedades, aparentemente o supuestamente cerradas, que nunca lo son, para declinar una década de esperanza frente a quienes viven del miedo y la división. Ese es el camino que comparte el gobierno de España, el de la inclusión, el de la prosperidad y el de la sostenibilidad al que hacía referencia al principio de mi intervención.

Conscientes de que vivimos un cambio de época, como bien ha dicho antes Fernando, que exige acordar más que imponer, abrir sociedades en lugar de cerrar fronteras, mirar al futuro en lugar de apelar a soluciones del pasado que, quizá, suenen bien pero que ya no valen. Defendamos ese horizonte a uno y otro lado del Océano Atlántico para reconectar dos continentes unidos por el vínculo iberoamericano con la certeza de que los valores democráticos muestran el camino a seguir para construir un espacio común de prosperidad.

Gracias.

(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)