Discurso del presidente del Gobierno en la inauguración de la Conferencia sobre estabilidad y desarrollo en Libia

17.9.2014

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Madrid

Señor ministro de Asuntos Exteriores de Libia, Mohamed Abdelaziz; señor ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García Margallo; señor representante especial de Naciones Unidas para Libia, Bernardino León; señoras y señores ministros de Asuntos Exteriores; señores representantes de organizaciones internacionales, señoras y señores,

Permítanme darles la más calurosa bienvenida a España. Hoy dedicamos una jornada especial de trabajo a un país cercano y querido: Libia. Los vínculos que nos unen con su país, señor ministro Abdelaziz, van más allá de meras consideraciones geográficas. Apenas 1.700 kilómetros nos separan de Trípoli y nos unen tantas cosas. Sobre todo, nos une el Mediterráneo, una historia y un patrimonio cultural compartido. Las obras de Herodoto o de Ibn Batuta, por citar dos ejemplos, recorren nuestras tierras u nuestros mares poniendo de manifiesto una proximidad que se proyecta en el tiempo y que nos lleva al futuro en una legítima aspiración de paz y prosperidad para los ciudadanos de ambas riberas de nuestro Mediterráneo compartido.

Por eso estamos hoy aquí los países vecinos y las organizaciones internacionales más comprometidas sobre el terreno para prestar especial atención a la grave crisis que desangra Libia y que, como bien sabemos, nos afecta a todos.

Estamos llamados a coordinar los esfuerzos desplegados a escala regional y a contribuir, de este modo, a la estabilidad y al desarrollo de Libia y de sus instituciones: La seguridad de Libia es nuestra seguridad, la estabilidad de Libia es nuestra estabilidad.

Con la revolución de febrero de 2011 los ciudadanos libios expresaron de forma clara sus anhelos de libertad, bienestar y prosperidad. Como en otros lugares del mundo, frente a la opresión alzaron su voz y derribaron barreras.

Los españoles y el Gobierno de entonces, de acuerdo con la oposición que yo lideraba, acudimos en su apoyo, proporcionamos apoyo político y, también, ayuda humanitaria. Sigue viva en nuestra memoria la llegada de decenas de heridos que fueron tratados en hospitales españoles.

Las elecciones de julio de 2012, celebradas en calma y con la satisfacción de la libertad recobrada, fueron saludadas como el mejor comienzo hacia la transición hacia la democracia que los libios reclamaban. Lamentablemente, hasta el momento no se ha podido alcanzar una solución duradera. Hoy, más de tres años después del inicio de este proceso de cambio, Libia se ve de nuevo sumida en la violencia.

Nosotros, como países amigos y vecinos, y la Comunidad Internacional en su conjunto, vemos con preocupaciones esta deriva, el sufrimiento que provoca en los libios y el peligro que esta situación representa para el Mediterráneo, el Magreb y el Sahel; es decir, una preocupación que supera los límites geográficos y proyecta una problemática en África, pero también en Europa.

España, como Estado miembro de la Unión Europea, de la Unión por el Mediterráneo y de la Alianza Atlántica, no ha dejado de trabajar por la estabilidad en Libia y en toda la región. Libia es una prioridad clara de la política exterior española. Por ello, tras percibir el interés de los países vecinos por reunirse y coordinar esfuerzos a escala regional, hemos convocado esta Conferencia Ministerial como una contribución más a los esfuerzos desarrollados por la Comunidad Internacional en Libia.

Nos reunimos hoy, aquí, en Madrid, a una semana de la apertura del Debate General en la Asamblea General de las Naciones Unidas con la firme voluntad de acompañar al pueblo libio por una senda que traíga la paz, el progreso y la democracia.

Ahora tenemos la oportunidad de reafirmar la visión común que tenemos sobre Libia: una Libia unida, soberana, próspera y democrática; un Estado con instituciones sólidas y cuya integridad territorial resulte preservada, y un país en el que todos los ciudadanos tengan la oportunidad de participar en la construcción de un futuro mejor, de su futuro. Sin instituciones sólidas y sin estabilidad política y territorial resulta imposible construir el futuro, y esta idea, por evidente que sea, no resulta menos necesario recordarla.

Los libios tienen derecho a determinar en paz su modelo político y a incrementar sus cotas de bienestar. Libia es un país dotado con inmensos recursos naturales que deben revertir en sus ciudadanos y servir de motor de desarrollo económico y social.

Pero hoy tenemos, además, la oportunidad y el deber de escuchar atentamente a los autoridades libias. Podremos conocer de primera mano sus necesidades y su visión acerca de cómo contribuir a ese futuro de concordia y estabilidad. Las autoridades libias son las que tienen que guiarnos a aquellos que queremos ayudar.

Somos conscientes de que sólo a los libios les corresponde tomar las decisiones necesarias para salir de esta crisis; sin embargo, como socios preocupados por su destino, queremos sumarnos a iniciativas internaciones y regionales en curso, coordinando la acción de los países vecinos para que la ayuda proporcionada sea realmente eficaz.

Señoras y señores,

Para escribir una nueva página en la historia de Libia es condición indispensable que las armas cedan el paso a la política. Los combates deben cesar y hay que alcanzar un alto el fuego inmediato e incondicional.

Quiero condenar expresamente el recurso a la violencia indiscriminada y los execrables atentados terroristas de los que son víctimas con demasiada frecuencia los ciudadanos libios. La prioridad fundamental es la seguridad. Sin seguridad, los esfuerzos por la estabilización e institucionalización de la vida política serán inútiles.

Desde aquí quiero invitar a las autoridades libias a impulsar un diálogo que propicie la reconciliación nacional, así como el fortalecimiento del Estado y sus instituciones. La Cámara de Representantes, formada tras las elecciones del pasado 25 de junio, cuenta con una clara legitimidad política reconocida por la Comunidad Internacional y ocupa una posición privilegiada para impulsar este proceso formando un Gobierno capaz de unir a todos los libios.

Esta legitimidad es una gran baza, pero también implica una gran responsabilidad. No hay tiempo que perder y todos los grupos y facciones libias deben comprenderlo. No podemos perder más oportunidades. Los hombres y las mujeres de Libia no pueden permitírselo.

Asimismo, quiero reconocer públicamente los esfuerzos de las Naciones Unidas y su misión de apoyo a Libia. El reciente nombramiento de un nuevo representante especial del Secretario General es una buena noticia, y que sea español, también, porque permitirá dar un nuevo impulso político al proceso. Le deseo éxitos en su tarea. Es importante que la Comunidad Internacional permanezca unida bajo el liderazgo de las Naciones Unidas y España desea reiterar su compromiso en este sentido.

Permítanme, por último, compartir con ustedes una muy breve reflexión: Las transiciones, y en España lo sabemos bien, se construyen sobre el diálogo y el consenso. La transformación de un país requiere sacrificios y la única garantía de éxito reside en que los actores políticos y la sociedad civil tengan un objetivo común que, irremediablemente, pasa por ahondar en los factores de unidad y no en los de división. Este espíritu está vivo y no se ha evaporado. En los albores de una transición hacia la democracia ningún actor puede imponer su visión sobre los demás, ni actuar unilateralmente al margen de la Ley.

Hay que ser responsable y valiente, firme y prudente, cediendo cuando es necesario para alcanzar un bien superior: la libertad, la unidad y la prosperidad de los ciudadanos, objetivo último de todo gobernante.

La Constitución debe reflejar ese acuerdo fundacional como marco de convivencia estable al que nos debemos y tenemos la obligación de respetar. El pueblo libio tiene hoy la mirada puesta en Madrid y estoy convencido de que sabremos dar una respuesta que esté a la altura de la circunstancias.

Muchas gracias y mucha suerte.

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