Intervención del presidente del Gobierno en la Cumbre Empresarial contra la Pobreza Infantil

21.2.2019

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Madrid

Presidente.- Señoras y señores, amigos y amigas.

Una de las primeras decisiones que tomé, como presidente del Gobierno es, lógicamente, decidir quiénes me iban a acompañar en el Consejo de Ministros y cuál iba a ser la estructura de ese Gobierno.

Hace ocho meses y medio, al tomar posesión, tenía dos certezas muy claras: La primera era configurar un Gobierno abierto, feminista, europeísta, progresista, dialogante. Un Gobierno compuesto por perfiles profesionales de reconocido prestigio acreditados tanto en el ámbito español como internacional.

Y la segunda era crear un órgano específico para hacer frente al desafío de la pobreza infantil en nuestro país. Aquél seis de junio, en mi primera declaración ante los medios de comunicación, junto a la composición y a la estructura del Consejo de Ministros, anuncié la creación del Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza Infantil

Se trataba, se trata, hablando en presente, de un Departamento que quise situar en el propio Palacio de La Moncloa, dependiente de la Presidencia del Gobierno, en su núcleo mismo. Y este era un mensaje claro, porque es una prioridad absoluta para el Gobierno.

A menudo se dice que lo que no se nombra no existe. Y la pobreza infantil, desgraciadamente, como bien ha comentado antes el presidente de Telefónica en España, existe. Es un problema real. Es un problema real de graves implicaciones en el presente, pero sobre todo, para el futuro de nuestro país si no sabemos atajarla. No puede ser negada y, en consecuencia, no puede ser ignorada. Sobre todo, por un país que tiene recursos económicos para poder hacerla frente.

Al constituir este Gobierno y este órgano, no sólo dimos visibilidad a este fenómeno, un drama cotidiano que afecta de forma severa a más de 630.000 niños y niñas en nuestro país. 630.000 niños y niñas en nuestro país. Un 7,5% del total. O a más de 2,3 millones de niños y niñas, el 28,3% de la infancia de nuestro país, si atendemos a la tasa de pobreza moderada.

También tomamos conciencia de la entidad de este desafío como sociedad. Tomamos conciencia de una realidad que no va a dejar de existir, porque no se hable de ella, por mirar a otro lado, desacreditando o poniendo en duda las alarmantes cifras que afectan a nuestra sociedad. Son cifras reales a prueba de hechos alternativos, de "fake news" o leyendas urbanas. Pero, sobre todo, son cifras que nos llaman a actuar con decisión: a actuar ahora.

En este y, en otros ámbitos, como por ejemplo, ayer que presentamos el Plan de Energía y Clima. Es decir, un Plan estratégico para luchar contra el cambio climático, y adaptar nuestro país, nuestra sociedad al cambio climático que es una realidad que también existe. El precio de la inacción, hoy, implica un enorme sobrecoste social y económico para el mañana. Por eso, no podemos aplazar nuestras obligaciones como sociedad.

Sé muy bien que no tengo que ejercer ningún tipo de persuasión ante ustedes, ni a quienes hoy nos acompañan en este encuentro. Es un honor, en consecuencia, contar con su asistencia, y así quería subrayarlo.

Las empresas, las fundaciones, los organismos del tercer sector, a los que representan, están a la vanguardia en esta sociedad, y en este reto y en este desafío que nos afecta a todos, como es la lucha contra la pobreza infantil.

Su sola presencia, la de todos ustedes, parte de dos evidencias: que este desafío les importa. Les importa. Y que, además, les ocupa. Porque todas las entidades aquí representadas han ido muy por delante, en muchas ocasiones, de los poderes públicos al combatir esta lacra.

Por lo primero, tienen mi gratitud. Y por los segundo, tienen, además, el reconocimiento del conjunto del Gobierno de su país.

Todos ustedes dieron un paso al frente en un momento muy duro, muy complejo, muy difícil para la sociedad española, especialmente durante esta última década, marcada por la peor recesión de nuestra historia reciente.

Grandes corporaciones aquí presente, pero también pequeñas y medianas empresas asumieron entonces un papel protagonista, a la vanguardia de nuestra sociedad.

En todo el sentido de la expresión, ustedes lo que hicieron fue tirar del carro. Su compromiso con la sociedad fue ejemplar. Y no me cansaré nunca de reconocer la importancia de su labor, cuando más falta hacía, cuando más se escaseaban los recursos públicos y la voluntad política para hacer frente, insisto, a esa realidad dramática que fracturó desgraciadamente a miles y miles de hogares en nuestro país.

La década que estamos a punto de concluir, ha sido dramática para muchísimos niños y niñas, para las personas más vulnerables de nuestra sociedad, según acreditan muchos indicadores. Ninguno ejemplifica mejor la quiebra de la cohesión social en nuestro país que el alarmante crecimiento de la desigualdad y de la tasa de pobreza infantil.

Estamos, en consecuencia, ante una emergencia social, que no ha dejado de crecer ante nuestros ojos, por tenues que sean sus síntomas, muchas veces confinados a la intimidad del hogar familiar.

La pobreza infantil tiene un rostro infame, que es el de la vergüenza, que invita a la negación, al ocultamiento. A ser vivida en silencio, como una marca que persigue, que estigmatiza a las familias, en un mundo, el nuestro, donde a menudo, y, sobre todo, en nuestro país, no se dan segundas oportunidades.

Un mundo que condena el fracaso perpetuo a quien dobla la rodilla en un momento dado de su vida por culpa del desempleo, un desahucio o una fatalidad de la enfermedad. Y arrastra en la caída a niños y niñas condenados antes de cumplir los ocho años de vida.

Tenemos como sociedad el deber de romper ese velo de silencio impuesto por el miedo al estigma social. Hay mil síntomas, y lo que tenemos que hacer es abrir los ojos. Esos síntomas están, por ejemplo, en la renuncia de un niño a invitar a sus amigos del colegio a jugar o a estudiar a su casa, porque le avergüenza que sus compañeros de clase vean la huella de la pobreza en su piso. Están en el miedo a que sean testigos de un episodio de violencia de género o que se pregunten por qué su padre o su madre están todo el día en casa sin trabajar, como consecuencia del paro de larga duración en nuestro país.

Están en la humillación dolorosa de no tener libros de texto o material escolar igual a la de sus compañeros, en una edad en la que la autoestima es tan frágil como la propia infancia.

El rostro de la pobreza es infame, pero es mayor aún el de sus efectos, en un ser humano que aún no ha cumplido la edad mínima para comprender el mundo en el que se desenvuelve.

Es intolerable que en un país rico, como es el nuestro, con el PIB que tenemos, cientos miles de niños arranquen su camino en la vida con una losa en la mochila o unas suelas pesadas en los zapatos. Con una carga añadida que les impide seguir el ritmo de los demás. Es, sencillamente, intolerable, que eso ocurra en una sociedad como la nuestra, en la España del siglo XXI, en la Europa del siglo XXI.

Lo es, lógicamente, en términos estéticos, pero también lo es en términos de oportunidad para la sociedad. Y pocas cifras impactan más, o al menos a mí me impactan más que el hecho de saber que la tasa de abandono escolar en nuestro país, de aquellos hogares de bajos ingresos es cinco veces superior a la de los hogares con altos ingresos: un 30,2% frente al 6% de estos últimos.

Por eso, y, como consecuencia de ese agujero gigantesco, por ese diferencial de 24 puntos que antes les he comentado, la sociedad está perdiendo talento a borbotones. Un talento que no podemos desperdiciar como país, como sociedad.

España necesita de esos niños, de esas niñas, que nuestra educación deja escapar sin darles la oportunidad real de ser quienes son. Y no porque no haya capacidad intelectual o esfuerzo detrás de ellos, sino por culpa de la pobreza y por culpa también de la carencia absoluta de material para poder desempeñar y desenvolver todas sus potencialidades.

Algunas de las empresas aquí presentes son punteras en la innovación y en las tecnologías digitales. Estamos en una sede que es el paradigma de todo ello.

Ustedes saben, mejor que nadie, que el talento aguarda en rincones absolutamente insospechados. Una economía cada vez más basada en el conocimiento, en la movilización de habilidades no puede permitirse el despilfarro masivo de talento que representa las altas tasas de abandono escolar prematuro entre los jóvenes más vulnerables de nuestra sociedad. Porque esta ecuación, además, invalida o cuestiona uno de los principales pilares de nuestra sociedad como es el de la movilidad social. Esa idea ilustra que uno puede llegar allá donde sus méritos y su esfuerzo le lleven, independientemente de cuál haya sido su origen.

Y, en consecuencia, si no logramos que sea así, que exista esa movilidad social estaremos convirtiendo los privilegios casi en una marca genética. Y eso es, democráticamente inaceptable para nuestras sociedades.

La pobreza no puede lastrar la educación. La pobreza no puede lastrar la igualdad de oportunidades.

Abandono escolar, fracaso escolar son una de las caras del drama de la pobreza infantil que sufren muchos niños en nuestro país. Puede que una de las más visibles, porque dejan una cicatriz profunda en nuestra sociedad y en sus vidas, tanto como para determinar el camino de esos niños cuando lleguen a la edad adulta.

Y, por cierto, también aquí las palabras importan. ¿Puede fracasar un niño a los 12 o a los 13 años? ¿Es un fracasado alguien a esa edad? ¿Qué clase de sociedad somos que normalizamos ese concepto sin preguntarnos si lo que ocurre es lo contrario? ¿Si verdaderamente no podríamos haber hecho algo más como sociedad? ¿Si en realidad más que hablar del fracaso escolar pudiéramos hablar del fracaso de nuestra sociedad?

Pero el rostro más amargo de la pobreza infantil también se descubre en la salud pública. Nuevamente es importante tener presente antes que nada la conciencia ética. Es socialmente vergonzoso permitir que un niño tenga enfermedad o carencias sanitarias provocadas por la adversidad que le ha tocado vivir. Pero también es preciso recordar las consecuencias económicas.

¿Cuál es el coste de la inacción ante el crecimiento exponencial de la obesidad infantil en hogares pobres?, por ejemplo, escatimar recursos en este momento implica asumir, a nuestro juicio, un coste añadido en el futuro. La malnutrición, la obesidad afectan hoy a un porcentaje muy elevado, no menor, de niños y niñas de nuestro país. Y, nuevamente, a quienes pertenecen son precisamente a las familias en el quintil más bajo de ingresos.

Hay mil y una razones por las que la lucha contra la pobreza infantil debe ser una prioridad política de primer orden de todas y cada una de las instituciones públicas en nuestro país, tantas que, por sí sola, justifican un enfoque de Estado. Cuando hablamos de políticas de Estado, probablemente, la pobreza infantil sea, sin duda alguna, una de las principales políticas de Estado que tengamos que poner en pie.

La pobreza infantil, a nuestro juicio, es una cuestión de Estado. Puede haber tratamientos ideológicos diversos, sin duda alguna. Pero no debe haber divergencias en fines ni tampoco en la necesidad de actuar. Disentir en el cómo, es lícito. Disentir en el qué es inaceptable.

De todas las políticas posibles sólo hay una que garantiza el camino del fracaso, y es no hacer nada y fingir que este problema no existe. O que se resolverá solo.
El Congreso de los Diputados pidió este enfoque de manera expresa, por unanimidad, el pasado 23 de noviembre de 2018, a través de una Proposición no de ley. El Gobierno recogió el guante, liderado además por el Alto Comisionado de Pobreza Infantil, con una propuesta que incluía 600 millones de euros adicionales en prestaciones por hijo a cargo, becas, exención del copago sanitario, promoción de la educación de 0 a 3 años, bono térmico, ayudas de comedor y programas de ocio educativo. No fue posible el acuerdo entonces, pero habrá de serlo algún día. Y espero que sea más pronto que tarde. Cuando la necesidad de poner excusas decaiga ante la voluntad de alcanzar los consensos necesarios para hacer frente a este drama diario.

En cualquier caso, estamos aquí para hablar de lo que podemos construir hoy, no para lamentarnos de lo que pudo ser y no fue.

Hoy quiero apelar ante ustedes a su experiencia. Muchas de las entidades aquí presentes están desarrollando programas innovadores en muchos ámbitos. Las empresas disponen de una innegable ventaja comparativa respecto a las Administraciones Públicas en cuanto a la agilidad, la innovación en la respuesta a los problemas acuciantes, los más urgentes. De ello, se dará cuenta en el día de hoy, estoy convencido, en la presentación de algunas de las iniciativas que abren el camino a seguir por parte de las Administraciones Públicas.

Se trata de forjar una auténtica alianza de país contra la pobreza infantil. A mí me gustaría que este fuera el resumen, la síntesis de todo lo que pudiéramos exponer a lo largo del día de hoy: una alianza de país contra la pobreza infantil. Y de hacerlo siguiendo la hoja de ruta marcada por la Agenda 2030, que invoca, en su objetivo de Desarrollo Sostenible, número 17, el Acuerdo entre Gobiernos, sector privado y sociedad civil.

Me he referido a la Agenda 2030 en múltiples ocasiones como un auténtico Contrato Social Global. Así lo entendemos nosotros y por eso constituimos un Alto Comisionado de la Agenda 2030 dependiendo, también, de la Presidencia del Gobierno de España.

La lucha contra la pobreza infantil bien merece un enfoque horizontal, transversal; esta alianza garantiza, y, sobre todo, nos proporciona un camino cierto. Una década por ganar, frente a una idea de una década perdida. Una alianza de país entre lo público y lo privado, perdurable y que tiene que ser transversal. Pero también entre ustedes mismos. Porque creo que esto también es importante. Y ahí es donde nosotros como sector público podemos ayudar: compartiendo objetivos, coordinando esfuerzos, sumando voluntades, inteligencias, como las que están presentes hoy aquí.

Una alianza entre Administraciones estatal, autonómica, local pero también impulsadas por el sector privado para que todas esas políticas tanto del sector privado como las políticas públicas ganen en eficacia en esta lucha que es compartida.

La pobreza infantil refleja las desigualdades territoriales, y por ello, afrontar este desafío implica encarar también el reto demográfico al que se enfrenta nuestro país. Y, en ese sentido, también, quiero reconocer el trabajo que está haciendo la Alta Comisionada para la Lucha contra la Despoblación.

El Gobierno se ha propuesto en su Agenda del Cambio, presentada hace muy pocas semanas en el Consejo de Ministros, erradicar las formas de pobreza extrema en el horizonte del año 2025.

Somos ambiciosos, porque no nos podemos permitir el lujo de no serlo en este ámbito; al menos, para un Gobierno del corte y las características del presente.

Y en esta lucha no hay una victoria fácil ni tampoco una victoria cierta. La única garantía de éxito es la determinación, el coraje, las convicciones, no bajar la guardia, no ceder ante la presión de quienes dicen no sentirse concernidos. Y, en consecuencia, sumar esfuerzos.

Esta es una carrera de fondo. Los pequeños gestos no sólo transforman la realidad, nos cambian también a nosotros mismos. Cambian las percepciones de una sociedad siempre tentada de entender este drama como algo ajeno.

Hay una persona bien comprometida en este tema de la pobreza infantil que es Gonzalo Fanjul, que en una excelente columna publicada hace dos días decía que el valor de la política se resume en aguantarle la mirada a los destinatarios de tus decisiones.

En nuestro caso, tales destinatarios son niños y niñas que, como les decía al principio de mi intervención, arrancan la carrera de la vida con plomos en las suelas y una mochila pesada en sus hombros.

Pero el destinatario último de nuestras decisiones es el conjunto de la sociedad. Una sociedad que no puede aceptar como normal que el infortunio, el azar y la suerte determinen lo que alguien puede ser en la vida.

Tenemos todas las herramientas para forjar esta alianza, tenemos la riqueza también, no solamente económica, sino intelectual para poder forjar esta alianza y contamos, en definitiva, con la mejor materia prima: que es un país solidario, como pocos, en el mundo. Una España que saca lo mejor de sí misma, cuando las circunstancias lo requieren.

Hagamos que esta causa también lo merezca.

Gracias.

(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)

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