El libro, puente de entendimiento

23.4.2017

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Artículo de Mariano Rajoy publicado en "La Vanguardia"

Barcelona, en definitiva, se ha hecho un hueco en el corazón v la memoria de millones de lectores, tanto en España como en el mundo. Y no es algo que venga de ahora: ya en la primera novela moderna, el Quijote, Cervantes es pródigo en elogios a la ciudad, como lo será en otras páginas de su obra. Pocos lugares, en efecto, gozan del pedigrí libresco de la capital catalana, y este prestigio cultural, además de ser un orgullo para todos, constituye un activo de primera magnitud para proyectar una imagen de calidad de Barcelona en el mundo. Por su parte, los barceloneses han correspondido plenamente a ese prestigio cultural: baste pensar que Barcelona es capital editorial de dos lenguas españolas, catalán y castellano.

Con el día de Sant Jordi, esta Barcelona de la cultura conoce su momento de celebración y apogeo. Por eso, el Gobierno se ha comprometido a apoyar la declaración del día de Sant Jordi como patrimonio inmaterial de la Unesco, con el convencimiento de que ha de ser un gran respaldo a la proyección y el prestigio global de Barcelona. Es una jornada de gran arraigo e importancia, en la que festejamos las más gratas coincidencias: el patrón de Catalunya y también un día del Libro que conmemora la fecha de las muertes de Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Además, los libros y las rosas que se regalan este día dan comienzo oficioso a una temporada de ferias y acontecimientos en torno al libro que, en toda España, son claves para un sector editorial vivo y dinámico que, felizmente, vuelve a tener abiertos sus horizontes tras años de crisis.

Pero si la importancia económica de la edición es indudable, no le va a la zaga su significación e impacto social. Días como el de Sant Jordi son extraordinariamente útiles a la hora de garantizar la transmisión cultural a través del reclutamiento de sucesivas hornadas de jóvenes lectores. Y, ante todo, subrayan la vocación de la cultura como apertura y punto de encuentro.

Es algo que, todavía hoy, nos sigue interpelando. Cuando Salvador Espriu prologa una edición bilingüe en catalán y castellano de La pell de brau, ya en las postrimerías del franquismo, el gran poeta catalán busca acercarse al "complejo enigma peninsular", al tiempo que postula ir "cerrando las puertas al miedo". Sus versos son muy conocidos en Catalunya y en toda España, y no sólo no han perdido un ápice de vigencia, sino que nos resultan más cercanos y necesarios que nunca al conmemorar, entre el 2017 y el 2018, los cuarenta años de vida democrática en nuestro país y el espíritu de concordia que hizo posible la transición.

"No me cabe duda de que una gran mayoría apoya esos esfuerzos de entendimiento y aproximación"

No en vano, Espriu es uno de los grandes valedores de esa concordia cuando nos pide que "sean seguros los puentes del diálogo" para que nuestro país pueda vivir "en el orden y la paz, en el trabajo, / en la difícil y merecida / libertad". El sueño de aquella España capaz de convivir, de comprenderse y de quererse, de ser un país al mismo tiempo diverso y unido, iba a tener una hora de gran éxito cuando, a partir de la Constitución de 1978, sucesivas generaciones de españoles hemos sido educados para poner en valor, como también quería Espriu, "las razones y las diversas hablas" de nuestro país. De hecho, el Estado ha asumido esa misión como propia y no me cabe duda de que Espriu estaría orgulloso de saber de la labor que, a través del Instituto Cervantes, lleva a cabo en la promoción del catalán, el vasco y el gallego en todo el mundo. Por eso tiene plena congruencia el compromiso que asumí en la última reunión del Patronato del Instituto Cervantes, celebrada en el Real Sitio de Aranjuez: convocar en Barcelona, por primera vez, una reunión del Patronato del organismo destinado a promocionar nuestra cultura y nuestras lenguas en el exterior.

El paso del tiempo ha aportado, si cabe, una mayor nitidez a las intuiciones de Espriu. Hoy somos conscientes de que nuestra diversidad no nos impone renuncias, sino que nos hace más fuertes, del mismo modo que nuestras lenguas, lejos de dividirnos, nos enriquecen a todos. No hace falta ir muy lejos para observarlo: nuestro progreso como país ha ido siempre, y más en estas décadas, de la mano del entendimiento. Hombre de su tiempo, Espriu sabía, sin duda, de las heridas que el radicalismo y la desunión pueden abrir en una sociedad. Por eso propugna la moderación y el acuerdo, sin abandonar nunca su catalanismo integrador.

Y en un momento en el que algunos han insistido en romper nuestro marco de convivencia incluso haciendo caso omiso a las leyes -algo insólito en la Europa democrática-, el mensaje de Espriu es una invitación a cambiar el foco. A reafirmar esos "puentes del diálogo" que han hecho posible la prosperidad de los catalanes y del conjunto de los españoles. No me cabe duda de que una gran mayoría apoya esos esfuerzos de entendimiento y aproximación y quiere, en efecto, cambiar el foco para subrayar no lo que nos divide, sino lo mucho que podemos hacer juntos en el futuro. Por mi parte, no van a faltar esfuerzos para "hacer seguros" esos "puentes del diálogo" tan beneficiosos para la Catalunya y la España modernas. Ojalá estemos todos a la altura.

NOTA: Artículo publicado con la autorización del periódico "La Vanguardia".