Discurso del presidente del Gobierno en el Foro Mundial de la Comunicación

23.9.2014

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Madrid

Señoras y señores, muy buenos días a todos.

Quiero, en primer lugar, expresar mi satisfacción por poder participar en esta última jornada del octavo Foro Mundial de la Comunicación. Para mí es un honor poder compartir este momento con todos ustedes.

Quiero agradecer a Global Alliance, a través de su presidenta, Ann Gregory, haber elegido España y Madrid como sede de este Congreso. Estoy convencido de que su estancia en nuestra ciudad les ha servido para confirmar lo acertado de su elección hace hoy dos años.

Por último, quiero felicitar también a la Asociación de Directivos de Comunicación de España (DIRCOM) en la persona de su presidente, José Manuel Velasco, por el empeño y por la determinación que pusieron en esta iniciativa y la estupenda organización de este Congreso. Así, hoy Madrid, como se ha dicho aquí, acoge a más de 800 congresistas de 65 nacionalidades distintas en un encuentro que su anfitrión ha tenido a bien en calificar --lo hizo el otro día en Moncloa-- como los Juegos Olímpicos de la Comunicación. Muchas gracias a todos.

Señoras y señores,

Vivimos en un mundo en el que nada nos es ajeno y donde nada puede resultarnos indiferente. En unas horas parto hacia China. Antes, y hasta no hace mucho, un país muy desconocido; hoy, una gran potencia y una enorme plataforma de oportunidades económicas y comerciales. Antes una realidad lejana y hoy, una realidad ineludible en el siglo XXI.

Hace cuatro siglos que John Donne escribió "Por quién doblan las campanas". Su lúcido poema tenía una base metafísica; pero hoy el principio moral que rezumaban aquellos versos --"ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad"-- se ha transformado en un hecho empírico. Una realidad que hemos incorporado a nuestras vidas de manera abrumadora, que vemos cómo se cumple cada minuto ante nuestros ojos por las más variadas razones y que afecta hasta a los aspectos más privados de nuestra existencia.

El mundo se ha hecho más pequeño y nuestras vidas se han acelerado como consecuencia de la comunicación. Los constantes avances en la tecnología nos han permitido comunicarnos más y mejor. Gracias a ello, el mundo avanza a toda velocidad hacia el sueño de convertirse en un espacio común en materia económica, social e incluso política. Éste es el siglo de la globalización y de la paulatina desaparición de las fronteras, pero también el de los cambios acelerados. Los acontecimientos se suceden de forma vertiginosa y el consumo de información se ha multiplicado de manera exponencial.

El valor de la comunicación en las sociedades modernas es tal que ninguna empresa ni ninguna gran organización puede permitirse el lujo de descuidar su forma de comunicar. Ustedes lo saben mejor que yo, porque se enfrentan todos los días al reto que supone comunicar en un entorno cada vez más digital, más global y más cambiante.

Para los Gobiernos y responsables políticos esa exigencia es aún mayor, si cabe. Debemos tener determinación para poner en marcha las reformas necesarias para que nuestros países sean competitivos y tengan presencia en esa economía globalizada. A la vez, debemos tener la flexibilidad para adaptar nuestras estrategias a una situación de cambio constante. Créanme que no resulta fácil. En esta sociedad con exceso de información muchas veces cuesta un enorme esfuerzo hacer aquello que decía el poeta español Antonio Machado: "pararse a distinguir las voces de los ecos".

Señoras y señores,

Permítanme que aproveche esta ocasión que me brindan para hablarles de España, de mi país, y de cómo entre todos hemos conseguido mejorar notablemente su percepción internacional en los últimos tiempos.

Cuando hace dos años y medio Madrid fue elegida como sede de este Foro, era difícil siquiera imaginar el cambio que iba a experimentar la imagen exterior de nuestro país.

En aquel entonces España era un país al borde de la quiebra y abocado al rescate. Habíamos perdido la confianza de los inversores internacionales: nuestra prima de riesgo alcanzó los 639 puntos y el Tesoro pagaba la deuda a más del 7 por 100.

En los años precedentes se habían destruido tres millones y medio de puestos de trabajo y la caída de los ingresos públicos se había desplomado en una magnitud de setenta mil millones de euros. Que nadie se extrañe si estos sucesos llevaron a nuestro país a la pérdida de la autoestima y a sufrir con fuerza el círculo vicioso de la pérdida de la credibilidad, de la confianza y de la reputación, valores éstos fundamentales para sobrevivir en la era de la globalización.

Ante nosotros, al llegar al Gobierno, nos encontramos grandes retos: ¿cómo devolver la esperanza a un país sin esperanza? ¿Cómo recuperar la prosperidad que habíamos perdido? ¿Cómo sacar fuerzas de flaqueza donde no parecía haberlas, recuperar la confianza y volver a creer en nosotros mismos?

Por suerte, teníamos una baza ganadora a la que siempre hemos recurrido en los momentos más difíciles de nuestra historia como nación: la sociedad española. Una sociedad responsable y cohesionada en torno a los valores de la solidaridad y el esfuerzo compartido.

Señoras y señores,

Si tuviésemos tres horas, les podría enumerar al detalle todas y cada una de las reformas que hemos trabajado y aprobado a lo largo de este tiempo. Por suerte para ustedes, no tenemos toda la mañana. Permítanme, por tanto, resumirles la labor del Gobierno en una palabra clave: reformas.

No hablo de medidas aisladas, ni de legislaciones adoptadas por imposición desde fuera. Hablo de un cuerpo integral de reformas fruto de la convicción y la visión de un Gobierno cuya razón de ser es el espíritu reformista.

En poco más de dos años hemos acometido una labor reformadora como como pocas en el mundo:

  • hemos logrado una reducción del déficit público sin precedentes,
  • hemos reestructurado la parte de nuestro sector financiero que tenía problemas,
  • aprobamos una reforma laboral que ha devuelto a nuestras empresas la competitividad perdida,
  • hemos introducido reformas en aspectos de enorme importancia como las pensiones, la reducción de las Administraciones Públicas, la calidad de la educación o el sector energético.
  • reformas dentro y fuera del ámbito económico, como es la Ley de Transparencia, que se sitúa entre las más modernas y avanzadas de los países desarrollados.

Los resultados de tanto esfuerzo a la vista están: hemos pasado de la recesión económica al crecimiento, de la inseguridad a la confianza y de la destrucción de puestos de trabajo a la creación neta de empleo en el último trimestre.

No es, por tanto, que la recuperación haya llegado a España; es España la que ha llegado a la recuperación. Por nuestros propios méritos. Y es que un país es mucho más que su Gobierno: son sus profesionales, sus empresas, su sociedad civil. Todos hemos estado comprometidos y dando lo mejor de cada uno con un objetivo común, un gran objetivo nacional: hacer lo necesario para superar la crisis, recuperar el bienestar perdido y devolvernos la ilusión.

Pero seguimos teniendo un enorme problema que es el desempleo; un problema nacional pero, sobre todo, un drama individual para tantas mujeres y hombre que aún no han conseguido tocar con sus manos los incipientes frutos de la recuperación. Ésa es la principal razón que nos mueve a no caer en la inercia o en la autocomplacencia. Sería el mayor error que podríamos cometer. No vamos a quedarnos a medias. Relajación cero. Vamos a llegar hasta el final, que no es otro que acabar la Legislatura con un ritmo sostenido de creación de empleo y de crecimiento económico. Lo que vamos a hacer es cruzar la línea de meta de una España mejor.

Amigas y amigos,

A mí me gustaría que completen su visión de España con ésta otra: con el país que tiene algunas de las mejores escuelas de negocios del mundo y de Europa, y con el país que está en los primeros puestos en sectores como el editorial, el automovilístico, finanzas y seguros, telecomunicaciones, textil, belleza…, y mil y un sectores más.

  • ¿Sabían, por ejemplo, que, según la revista Euromoney, el mejor banco del mundo y el mejor banco de Latinoamérica son españoles?
  • ¿Que nuestra Administración electrónica ha sido premiada por la ONU?
  • ¿Qué el 40 por 100 de las concesiones de transporte del mundo las construyen o gestionan siete empresas españolas; empresas que están detrás del Canal de Panamá, de la nueva línea del Metro de Lima, del tren de alta velocidad entre La Meca y Medina, de autopistas en Estados Unidos y un sinfín de grandes proyectos de infraestructuras en todo el mundo?
  • ¿Sabían que el tráfico aéreo alemán es gestionado por una empresa española y que otra es líder mundial en energías renovables?
  • ¿Sabían que ni siquiera en esta crisis hemos dejado de tener uno de los mejores sistemas de protección social del mundo y una de las mejores sanidades públicas, como tampoco hemos dejado de ser líderes mundiales en trasplantes?

Señoras y señores,

Somos 47 millones de ciudadanos que vivimos en un Estado con seguridad jurídica, que forma parte de la Unión Europea que, a su vez, es la comunidad de derecho y el mercado más grande del mundo. Que somos mediterráneos, pero nos sentimos también atlánticos y miembros de la Comunidad Iberoamericana.

Los españoles somos hoy un ejemplo de cómo nuestras leyes y nuestras instituciones garantizan y protegen la diversidad y la pluralidad de nuestra sociedad, convirtiéndolas en una fuerza de la que nos beneficiamos todos.

Y ese y no otro es también el espíritu europeo, un espíritu que es necesario cuidar y fortalecer entre todos. La crisis económica ha hecho revivir fuerzas y fantasmas del pasado que creíamos olvidados. Hoy fenómenos como los populismos antipolíticos y los nacionalismos excluyentes vuelven a germinar en el seno de nuestras sociedades abiertas. Y nuestro compromiso como demócratas europeos es estar a la altura del momento y responder a nuestras convicciones para que esos radicalismos no deshagan el sueño europeo que tanto nos ha costado construir y que tan necesario es en el mundo en que vivimos.

No voy a ocultarles la verdad: también en España, a nuestra manera, lo estamos viviendo. En nuestro país existen proyectos para levantar fronteras entre iguales, poner diques a la prosperidad y erradicar la pluralidad de identidades tan consustancial a las sociedades modernas.

Pero el futuro es la fuerza moral de la unión y de la concordia. Es darnos la mano, no la espalda. Es la convivencia, no la autoexclusión. El futuro es el más potente sentimiento de pertenencia que atesoramos todos los seres humanos; un futuro que se enriquece día a día en la experiencia de la diversidad y que se empobrece con la imposición de una falsa homogeneidad. El signo de la modernidad es la abolición de las fronteras porque, como acaba de decir en Bilbao la Nobel rumano-alemana Herta Müller, "el significado profundo de la palabra frontera es aterrador".

Señoras y señores,

Éste es mi país. Como millones de españoles, me siento orgulloso de él y de todos los que forman parte de él. Sean de donde sean y piensen como piensen, somos así: plurales y diversos. Somos un país que ha luchado unido contra la crisis y que sale, paso a paso, más fortalecido; un país que deja atrás lo peor de la crisis y afronta el futuro con un justificado derecho a la esperanza.

Y si he logrado convencerles de que la Marca España es un valor que cotiza al alza, les pediré un favor para concluir mi intervención: que transmitan este mensaje a todos a los que ustedes pueden llegar; les pido que cuenten nuestra historia y que pasen la voz.

Muchas gracias.

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